Todos los caminos de la ciudad de México llevan al Zócalo, pero para cada persona el camino es distinto. Yo llegué hasta aquí buscando historias. Aquí, en el centro de la ciudad de México, bajo un sol inclemente o bajo las súbitas tormentas de la temporada de lluvias que amenazan con inundar las carpas de los huelguistas, hablo con los trabajadores y trabajadoras de Luz y Fuerza del Centro que se mantienen en huelga de hambre en su lucha para recuperar su empleo. Contra los grandes medios de comunicación y contra el reloj que avanza en su contra. Estas son sus historias.

martes, 29 de junio de 2010

Isaías - día 66


Nombre: Isaías Vázquez Guzmán

Huelga de hambre: 29 de abril – 27 de junio de 2010

Edad: 40 años

Puesto en LyFC: Cables Subterráneos – Instalación y mantenimiento

Se llama Isaías. Es hermano de Lupita. Sí, se parecen. Los mismos huesos finos, los mismos hermosos ojos rasgados, casi orientales, la misma voz suave. Y sin embargo ¡qué vidas tan distintas han tenido! Él es hombre. Ella es mujer. Se llevan apenas dos años de diferencia. Han cargado ambos con el machismo exacerbado de su padre. A ella, Lupita, su padre le puso todas las trabas del mundo para entrar a LyFC. A él, Isaías, prácticamente le obligó. Isaías no habla mucho de su trabajo. Trabaja en Cables Subterráneos, en instalación y mantenimiento (instalación y amontonamiento, dice, y se ríe, supongo que debe ser una broma común entre los hombres que trabajan en esta sección). Es evasivo y se da un aire a una esfinge egipcia, tal vez por lo misterioso y enigmático. Responde sólo a lo que quiere. Cuando le pregunto si él es el hermano que ayudó a Lupita a enfrentar a su padre, sólo sonríe. No sé interpretar su respuesta.

No lo había visto hasta ahora. Su catre está atrás de todo, y él siempre anda leyendo. Será nuestra primera y última conversación en la carpa, porque el domingo, antes de que comience el fatídico juego México-Argenina, Isaías se irá. Al contrario que Lupita, no regresará a casa de su madre, sino a la de su compañera, con quien vive. La echa de menos. Ella es tal vez su único punto débil, el único flanco por donde se permite dudar, temer y esperar. Mientras la relación de su hermana naufragaba bajo el oleaje revuelto del caso LyFC la suya se fortaleció. Paradojas de la vida. Por como habla de ella me doy cuenta, también, que a pesar de todo Isaías no es de hierro. Aunque a veces pueda parecerlo. Él es un hombre que se ha construido a sí mismo. Abandonó los estudios muy joven para retomarlos más tarde, ya en LyFC. A base de puro esfuerzo consiguió no solo acabar la prepa sino también una licenciatura en Matemáticas y una maestría en Inteligencia Artificial, todo eso mientras trabajaba. Comenzó, también, la licenciatura en Arquitectura, que ahora se plantea terminar. Sí, no cabe duda que Isaías es un hombre que se ha hecho a sí mismo –con ayuda del sindicato, esto es-. Procedente de una familia humilde, LyFC le dio la oportunidad de enmendar sus errores y construirse su vida ladrillo a ladrillo.

No le gusta nada el futbol. Prefiere la lectura. Cuanto más grande es la pantalla –dice, y señala hacia la enorme pantalla del Fifa Fan Fest- más grande es la mentira, más grande lo que tratan de esconder. Se revuelve, dolido, ante la escandalera del Mundial que ha aprendido a ignorar. A las seis de la mañana empieza el terrible ruido. Luego, después de los partidos, comienzan las misteriosas obras del Palacio Nacional o los conciertos en el Zócalo. Una auténtica tortura para un hombre, que, como él, ama el silencio y la quietud de su casa. Dice que aquí, en la lucha del SME, ha aprendido de nuevo las viejas lecciones de humildad y nobleza. Porque él, como tantos otros mexicanos, creyó verdaderamente que su vida estaba solucionada, que nunca tendría que pedir la ayuda de nadie, que no necesitaba de los demás. Ahora sabe que se equivocó, como se equivocan los que, como él hizo un día, permanecen todavía en sus casas, la puerta cerrada, viendo la tele o leyendo un libro porque esto no va conmigo. Y sin embargo, todos caerán tras el sindicato más antiguo de México, el más poderoso, el único capaz todavía de hacerle frente al gobierno. ¿Acaso no se dan cuenta? Y cuando eso ocurra ¿quién quedará para venir en su ayuda…?

Su maestro de ciencias naturales, don Servando, dijo un día una frase que no lo abandonó nunca. Dijo que estamos siendo y dejando de ser al mismo tiempo. Ahora la frase, sugerente y enigmática, regresa para revelarse bajo una nueva luz. Mientras su cuerpo se deshace, su mente se reacomoda y crece. Acaba de leerse El Retrato de Dorian Gray. Oscar Wilde tiene mucho éxito en esta huelga de hambre, o tal vez es simple casualidad. Ellos y ellas, los y las huelguistas de hambre, vinieron a cambiar el mundo para darse cuenta que antes tendrían que cambiar ellos mismos. Y cambiaron. Ninguno de estos hombres y mujeres es el mismo que cuando entró a la huelga de hambre. Porque como dijo don Servando, están siendo, pero también están dejando de ser. ¿Qué serán, cómo serán cuando abandonen este lugar? ¿Cuánto habrán cambiado? ¿Serán mejores o peores personas? ¿Quedarán transformados para siempre en héroes, como retratos, como Dorian Gray, atrapados en el mural petrificado de su propia leyenda? ¿O serán -como la golondrina del Príncipe Feliz- incansables mensajeros de la injusticia en busca siempre nuevos horizontes? Y tal vez, lo más importante: ¿qué seremos nosotros cuando esto termine? ¿qué seré yo? ¿qué serás tú? Preguntas inquietantes para las que no tengo respuesta. Isaías tal vez sonreiría con su enigmática sonrisa…

domingo, 27 de junio de 2010

Día 64 - los doce jugadores

Ahora son doce. En menos de 24 horas han perdido a dos de sus mejores jugadores: Rodrigo Daniel e Isaías. Nueve hombres y tres mujeres que llevan entre 64 y 58 días en huelga de hambre. Los conocéis ya a casi todos. Conocéis al ingeniero Cayetano, orgulloso padre de dos hijas, siempre flanqueado por su inquebrantable esposa. Conocéis a Miguel Pérez, irreductible soltero y fan de Brasil, tan alegre y bromista como esquelético. No conocéis todavía a Miguel Ibarra, el último integrante de la Carpa 2, pero espero que lo conozcáis pronto. Conocéis a los irreductibles integrantes de la Carpa 3: al combativo Ricardo, que no da su brazo a torcer; a Rafa, siempre tan sereno y optimista, en representación del grupo de Laboratorios, y al ingeniero Ugal, que se mantiene en permanente comunicación con el resto del mundo a través de facebook y twitter (@ugaling). Conocéis a los integrantes de la Carpa 4, la carpa de los líderes sindicales, también llamada jocosamente “carpa de los grillos”, donde están Carlos, a quien conocisteis en la última entrega, Goyo, el representante de Tlahuelilpan y Miguel Márquez, el subsecretario de Necaxa. Y conocéis, desde luego, la carpa de las mujeres. Un día fueron diez, pero ahora solo tres permanecen: las más jóvenes, Isa, Nati y Carolina.

Ahora son doce. Hace sesenta y cuatro días eran ochenta y tres. Han sido primero ignorados y luego insultados y difamados por los grandes medios, esos mismos medios que manejan los enormes intereses de la fibra óptica que le fuera arrebatada a LyFC en nombre de una ineficiencia que se ha quedado diminuta comparada con las recientes hazañas de la CFE. Han resistido los embates del hambre, de la presión familiar, de los ruidos constantes con que los obsequia el Gobierno del Distrito Federal, de todos los malestares, del silencio y las infamias, del desánimo, de la desilusión y la desesperanza. Pero el silencio ha terminado. Son doce y conoces sus nombres. Los conoces a ellos: sus pensamientos, sus recuerdos, sus motivos. Cayetano. Miguel Pérez. Miguel Ibarra. Ricardo. Rafa. Ugal. Carlos. Goyo. Miguel Márquez. Isabel. Natividad. Carolina. No olvides sus nombres, concédeles al menos eso, porque están aquí, ofreciendo su vida, para defender la soberanía de tu país.

sábado, 26 de junio de 2010

Carlos - día 63


Nombre: Juan Carlos Trejo Álvarez

En huelga de hambre desde: 3 de Mayo

Edad: 30 años

Puesto en LyFC: Cables subterráneos (taller) / representante sindical

Se llama Juan Carlos. Unos le llaman Carlitos y otros le dicen “el grillo”, porque le gusta la política. Le digo que tiene cara de español y se ríe. Tuvo una bisabuela española, como muchos mexicanos. Sus papás son de Guanajuato, verdaderos chilangos emigrados por necesidad. Llegaron al Distrito Federal y tuvieron cinco hijos. Carlos recuerda infinidad de casas rentadas, o casas de parientes que les dieron acogida en aquellos tiempos de necesidad. No fue fácil, pero finalmente su padre encontró un buen puesto: en Ruta 100. Hasta una extranjera como yo ha oído hablar de Ruta 100, dos palabras que son como un redoble maldito, una invocación murmurada entre dientes, un mal presagio: esto va a ser lo mismo que Ruta 100, dicen algunos, refiriéndose al caso del Sindicato Mexicano de Electricistas. Ruta 100 en dos palabras: paraestatal quebrada. En México, la verdad, las empresas paraestatales [públicas] tienen una asombrosa capacidad para quebrar. Digo, considerando que uno de los rasgos que definen a las empresas públicas –o del Estado- es, precisamente, su inquebrabilidad.

Hace quince años quebró (nótese la cursiva) Ruta 100. La miseria llegó de nuevo a casa de Carlos. Gracias a Ruta 100, la calidad de vida de la familia había mejorado. El padre de Carlos había comprado un terrenito en Naucalpan y poco a poco fueron construyéndose su casa. Hasta que quebró la empresa inquebrable y los padres de Carlos se divorciaron. Fueron malos tiempos. Su padre se fue para no regresar hasta hace poco. Su madre quedó a cargo de cuatro hijos –la mayor ya se había casado- y sin ningún recurso. Carlos tenía quince años y seguía en edad a la hermana mayor. Así que cuando su madre tomó la decisión de migrar a Estados Unidos [nota para lectores españoles: a Estados Unidos no se migra en avión] Carlos quedó a cargo de sus hermanos menores. Se puso a trabajar de lo que fuera. De lavaplatos, garrotero, lavacoches, donde fuera. Intentó compaginar el trabajo con los estudios pero abandonó el intento a los seis meses. Trabajó y trabajó para mantener a sus hermanos. Su madre mandaba dinero desde Estados Unidos. A Carlos la adolescencia se le escapó en un suspiro. Si, Carlos sabe muy bien qué ocurre cuando quiebran a una empresa pública: él ya lo sufrió una vez. Pensó tal vez que jamás volvería a ocurrir: se equivocaba.

En Naucalpan conoció a la que ahora es su esposa. Se casó con ella y continuó trabajando como mesero. Dice que fue horrible: ganaba bastante dinero, pero apenas tenía tiempo para convivir con su mujer. Fueron seis meses de sufrimiento, al cabo de los cuales su suegro, electricista jubilado, se apiadó de él y le propuso entrar a LyFC. Todos los empleados de LyFC tienen, en algún momento de su vida laboral, la opción a hacer entrar a otra persona en la empresa. Suelen aprovechar para darle paso a un hijo o a un hermano. En este caso, fue Carlos el afortunado. Cuando en su restaurante se enteraron de que Carlos iba a entrar en los próximos meses a LyFC, lo despidieron. Carlos no protestó. Aprovechó el despido para vivir con ilusión el nacimiento de su hijo y más tarde, ya en LyFC, tuvo tiempo para convivir con su esposa y su hijo. Ocho horas para el trabajo, ocho horas para el descanso y ocho horas para estar con la familia: Carlos recita el lema sindicalista con fe y agradecimiento.

Me pregunto si la vida le ha dado a Carlos la oportunidad de reparar el error de su padre, liquidado de Ruta 100. Porque cuando lo imposible se repite los hombres y las mujeres tienen la oportunidad de enfrentarse a la historia para rehacerla. Su padre no luchó por su empleo usurpado. Carlos, en cambio, escogió pelear hasta el final. Redimir, tal vez, a su padre. Redimirse a sí mismo. No está siendo fácil. Le oculta a su esposa y a su suegro lo mal que se siente, y hace de tripas corazón para mostrarse entero. Pero cuando llueve, el Zócalo se encharca y la humedad se le mete en los huesos. Mareos, dolores, calambres, diarreas continuas. El cuerpo se alimenta ya del músculo y se come a sí mismo. Carlos no pide la comprensión de nadie: solo su apoyo. Dice que firmar una liquidación voluntaria es tanto como un escupitajo en la cara. Que el gobierno piensa que todo se arregla con dinero. Y no es cierto. Porque él –ellos y ellas, los catorce huelguistas de hambre que permanecen contra viento y marea en esta carpa- siguen demostrándole a su país que la dignidad no se puede comprar ni vender. Porque –dice Carlos- que el hambre te tira, pero la dignidad te levanta.

miércoles, 23 de junio de 2010

Lupita - día 60


Nombre: María Guadalupe Vázquez Guzmán

En huelga de hambre desde: 3 de mayo

Edad: 38 años

Puesto en LyFC: Secretarias

Se nos acaba el tiempo. A mí, a ellos y ellas, a todos nosotros. Ya no es tiempo de andar contando la vida de nadie cuando ni fuerzas tienen estos hombres y mujeres para incorporarse. Aún así continúo en mi empeño, porque hice la promesa de que estaría con ellos hasta el final. Translúcidos, parecen ya luciérnagas: la piel tirante deja entrever el brillo interior. Alucinados tras más de cincuenta días sin probar bocado, el cuerpo se les va desintegrando y deja al descubierto los huesos de su voluntad. Es algo terrible, de una belleza brutal y absurda, contemplar el fuego absoluto de sus almas. Algo sobrecogedor, fantasmagórico. Si el mundo a su alrededor duda –o dicen que duda, porque ya es difícil saber nada con certeza- la voluntad de los huelguistas, en cambio, no admite debilidad alguna. No admiten concesiones ni dudas ni lloriqueos. Lupita tiene la voz tan débil que apenas la oigo. Se incorpora con dificultad sobre su catre para atender a mi petición que tal vez raya en lo absurdo: cuéntame tu vida. Se incorpora y vence su dolor y su cansancio y comienza a enlazar palabras para contarme en un torrente alucinado exactamente lo que le he pedido: su vida.

Aunque ya tiene treinta y ocho años, Lupita parece mucho más joven. Es una mujer hermosa y cálida, indefinible, a caballo entre la tradición y la rebeldía. Tiene un aire alucinado de personaje de ficción, con su delgadez extrema, su cabello pintado de rojo y los gestos finos y decididos. Natural de San Pedro Zictepec (“de provincia”, dice ella), municipio de Tenango del Valle, decidió entrar a LyFC unilateralmente. Su padre, un hombre estricto y tradicional, poco dado a muestras de cariño, se opuso frontalmente: de él no obtendría ninguna ayuda para entrar a la empresa. En LyFC había trabajado él y trabajaban los dos hermanos de Lupita, pero el paso le estaba vedado a ella, por ser mujer. Lupita enfrentó a su padre y recabó la ayuda de uno de sus hermanos, que se comprometió a ayudarla. No fue fácil. Cinco años tardó su hermano en poder cumplir su palabra. Llamó a todas las puertas y pidió ayuda. Finalmente, inscrita ya en el sindicato, Lupita obtuvo un voto de confianza, paso previo para poderse presentar al examen de secretaria. Presentó en primer lugar sus acreditaciones –había estudiado para secretaria y trabajaba como tal para un candidato político-. Su padre se burlaba de ella: jamás lograría el puesto. El día del examen, ciento ochenta candidatas lucharon por diez plazas. Su padre la acompañó, insistiendo aún en que no lo iba a lograr y que ello representaría una vergüenza para la familia. Hubo examen de matemáticas, de ortografía, de taquigrafía y de transcripción a máquina. Lupita salió la primera, casi llorando. Sabía que no habría otra oportunidad.

Quedó la segunda, con un 9.7. Recibió la noticia semanas más tarde, mientras se recuperaba de una extraña enfermedad de la piel. Del susto se le quitó la alergia y aquél día se ganó a su padre para siempre. Admitió que su hija Lupita era distinta, que no podría doblegar su voluntad. Y la aceptó.

-Me saliste más callejera que los hombres- protestaba su padre

-Nunca tendrás de qué avergonzarte de mí – replicaba ella

Su novio regresó de Estados Unidos a la par que ella obtuvo –finalmente- su ansiado puesto en LyFC. Regresó cargado de regalos y reproches, pero ella accedió a irse a vivir con él. Sin previo aviso. Sin boda. Tal vez tuvo un presentimiento de lo que iba a venir, porque ni la presión de su propia familia ni la presión del novio fueron suficientes para convencerla. Su familia, horrorizada, dejó de hablarle durante tres meses. No recuperó la comunicación con ellos hasta que su padre, preocupado, llamó a su novio para suplicarle que no impidiera a Lupita trabajar en LyFC. ¡Le había costado tanto conseguir el puesto! Tampoco hubiera podido: Lupita hizo siempre lo que quiso. Continuó trabajando en LyFC y tuvo un hijo. Poco a poco, la relación empeoró. Lupita comenzó a cargar con todo el peso de la casa. Al cierre de LyFC, las cosas se precipitaron. Los gritos y reproches se hicieron frecuentes. Su novio, que al principio la había apoyado en la lucha del sindicato, ahora le exigía liquidarse. Lupita fue inflexible. Entre él y el sindicato, escogió sin dudarlo al sindicato. Agarró a su hijo y se regresó con sus padres sin mirar atrás. Su padre la contempló en silencio unos instantes:

-Ay, flaca…ya sube a descansar.

Dice que no ha venido a morir, como en un principio temió su familia. Les dio miedo que hubiese acudido a la huelga de hambre para dejarse morir, a causa de su novio. Ella los enfrentó de nuevo: solo por un hombre daría la vida, y ese es mijo. No, no ha venido a morir, porque se debe a su hijo. Pero confiesa que prefiere morir a quedar dañada irreversiblemente. ¿De qué le serviría a su hijo una madre enferma? Mientras escribo esto, me dicen que ya se llevan a Lupita. Pronto su hijo podrá verla de nuevo: ¡estará tan contento! Lupita se venía sintiendo mal desde hace días. Ahora Lupita ya no está en el campamento. Me alegro y me entristezco a partes iguales. Pero no debo mostrar mi tristeza: ella me lo pidió. Sean fuertes, dijo. La tristeza es muy contagiosa, no la muestren, si no, al rato, esto va a ser un contagiadero de frustraciones. Deben ser fuertes porque nosotras no tenemos ya fuerzas para estar dando ánimos a las visitas. Ahí les encargo, pues, su recado: permanezcan fuertes.