Nombre: Omar Mora Cortés
En huelga de hambre desde: 27 de Abril
Edad: 36 años
Puesto en LyFC: Empalmador C (Instalación y Mantenimiento) - Cables Subterráneos
Se llama Omar Mora Cortés. Le enoja que no escriban su segundo apellido -el de su madre, a quien tanto quiere y admira- o que lo escriban mal, acabado en z. Es Cortés con s, me dice. Y yo lo apunto cuidadosamente, porque no quiero cometer el mismo error que los que hoy le han entregado un diploma en reconocimiento a su esfuerzo y sacrificio. Me muestra el diploma: el reconocimiento lleva el nombre de Ernesto Velasco. Fue el primer dirigente del sindicato, me dice. Cuentan, por cierto, que a Tepoztlán se fue a vivir el hermano de Hernán Cortés, y que de él descienden los Cortés de la zona, entre ellos la madre de Omar. Pero no se parece al conquistador español. Al menos no a primera vista. Parece callado y tranquilo, y habla despacio, dándome tiempo de anotar cada una de sus frases. No me cabe duda alguna de que Omar piensa lo que dice, dice lo que piensa y hace lo que dice.
-Cuéntame una historia, le pido
-¿Te sabes la historia del príncipe feliz?
***
Hace muchos, muchos años, yo también leí la historia de El Príncipe Feliz. ¿Cómo pude haberla olvidado? Omar me cuenta de una ciudad del norte de Europa, coronada por la estatua del Príncipe Feliz. La estatua está cubierta de oro y tiene un rubí en la empuñadura de la espada y sendos zafiros por ojos. Pero el Príncipe Feliz no es feliz, porque ve la miseria en la que vive su pueblo. Omar me cuenta entonces de una golondrina, retrasada en su viaje por haberse enamorado de un junquillo del río. Cuando finalmente la golondrina se da cuenta de que su amor no es correspondido, decide migrar a Egipto. Antes, sin embargo, debe buscar un lugar donde dormir, y encuentra cobijo a los pies de la estatua del Príncipe Feliz. De repente, y aunque el cielo está despejado, comienzan a caer gotas sobre ella…es el Príncipe Feliz, que está llorando.
***
Durante el conflicto magisterial de los años ochenta –Omar tenía apenas seis años- la mamá de Omar, que entonces era maestra en activo, se unió a la marcha a pie que se hizo desde Cuernavaca hasta la capital. Su nana los llevó a él y a sus hermanos a una de las avenidas principales de Cuernavaca para que vieran pasar a su mamá y la despidieran. Y así fue como Omar vio marchar a su madre, joven, decidida y orgullosa, rumbo a la capital del país para reclamar sus derechos. Esa imagen no se le olvida y lo acompaña en estos días difíciles. Ahora, treinta años después, madre e hijo han intercambiado papeles. Su mamá viene a verlo dos veces por semana desde Cuernavaca y aprovecha para traerle periódicos. Dice Omar que su preferido es el “Récord”: lo extrae de entre un fajo de periódicos de Morelos y me lo muestra. Y su mamá, al verlo tan flaco y tan convencido, llora, como lloró su hijo al verla marchar entre pancartas hacia la Ciudad de México. Tú peleaste en su momento por lo que creíste conveniente, le dice Omar. Ahora le toca a él. Callado e introvertido, ha visto partir a todos sus compañeros de fila y a todos los de la fila vecina. Es uno de los cinco supervivientes de la carpa grande, donde –hace ya 45 días- 36 huelguistas de hambre convivieron. Rodeado de decenas de catres vacíos, se encuentra a parecida distancia (en días, y en metros) de los dos huelguistas del 25 de Abril –Cayetano y Jesús, los incansables ingenieros- y los dos huelguistas restantes del 28 de Abril -Gerardo y Miguel-. Son los más callados, los que huyen sigilosamente de las cámaras y de la curiosidad de los periodistas. Tampoco a Omar le gustan las entrevistas. Apaga la tele y me mira a los ojos. Le explico por qué estoy aquí y asiente como si no lo supiera. Pero sí lo sabe. Desde su catre en el rincón, ha estado leyendo lo que escribo y observando lo que hago.
***
La golondrina –sigue narrando Omar- le pregunto al Príncipe Feliz por qué lloraba, y éste le habló de la miseria de su gente, para luego pedirle que por favor fuera su mensajera y arrancara el rubí de su espada para llevárselo a una pobre costurera. Y aunque el invierno se aproximaba y la golondrina tenía que irse a Egipto, la golondrina aceptó quedarse una noche -¡una sola noche!- para cumplir con el deseo del príncipe. Arrancó el rubí y voló hasta casa de la costurera, dejándolo junto a ella para que pudiera comprar pan y naranjas. Al día siguiente, la golondrina le anunció al príncipe su deseo de irse a Egipto:
-¿Has de darme algún recado para Egipto? –quiso saber-; tengo que partir ahora.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, ¿quieres quedarte conmigo otra noche más? Y le habló de un pobre estudiante que temblaba de frío y hambre en una buhardilla…
-Me quedaré contigo otra noche más –se avino la golondrina, quien en verdad tenía muy buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?
-¡Ay de mí!, no tengo ya rubíes –exclamó el Príncipe-, mis ojos son lo único que me queda. Están hechos de raros zafiros traídos de la India hace mil años. Sácame uno de ellos y dáselo a él. Puede venderlo al joyero, comprar comida y leña y terminar su obra.
-¡Querido Príncipe –protestó la golondrina-, eso no puedo hacerlo! –y comenzó a llorar.
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, haz lo que te pido.
***
Ahora ellos festejan unas viejas fotografías, dice Omar. Al punto veo aparecer ante mí las hermosas fotografías del archivo Casasola, a los mexicanos tocados con sus increíbles sombreros y a las adelitas con sus escopetas al hombro. Y mientras los herederos de Casasola comercializan sus derechos de autor para proveer de coquetas agendas revolucionarias a la Suprema Corte, los herederos de los electricistas se mueren de hambre sobre la plancha del Zócalo. No es un buen lugar donde morirse de hambre. Las condiciones sanitarias no son, ni de lejos, las adecuadas, y todos ellos están en riesgo de atrapar alguna infección que tras mes y medio de huelga de hambre podría resultar fatal. México, sonríe Omar: el lugar donde los pobres son más pobres, y los ricos más ricos. Y ahora sí, ahora reconozco esa sonrisa que he visto ya tantas veces: cálida, acogedora, la sonrisa mexicana que oculta una rabia insondable.
-¿Por qué sonríes?
***
-Allá abajo en la plaza –indicó el Príncipe Feliz-, hay una pequeña cerillera. Ha dejado caer los fósforos en el arroyo, y se han mojado. Su padre la pegará si no trae a casa algún dinero y la niña está llorando. No tiene zapatos ni medias y lleva la cabeza sin sombrero. Arráncame el otro ojo y dáselo a ella, así su padre no la pegará.
-Permaneceré contigo otra noche –repuso la golondrina-, pero no te arrancaré el ojo; ¡te quedarías completamente ciego!
-Golondrina, golondrina, pequeña golondrina –rogó el Príncipe-, haz lo que te lo pido.
Ella entonces le arrancó el otro ojo, voló rauda como una flecha, pasando por encima de la pequeña cerillera, y deslizó la joya dentro de su mano […]
Entonces la golondrina volvió con el Príncipe.
-Ahora que tú estás ciego –le dijo-, me quedaré contigo para siempre.
-No pequeña golondrina –contestó el pobre Príncipe-, debes irte a Egipto.
-Me quedaré contigo para siempre –repitió la golondrina y se durmió a los pies del Príncipe.
Todo el día siguiente estuvo posada sobre el hombro del Príncipe Feliz contándole historias que tenían que ver con tierras extranjeras. […]
***
La procesión va por dentro. Por fuera, Omar es todo calma. Pero el dolor lo desgarra por dentro. Un dolor terrible, un dolor profundo que nace del enojo y de la incomprensión. Porque no lo entiende. No entiende por qué han sido vapuleados y saqueados de esta manera. ¿Es ese el premio por haber expuesto su vida a diario, por haber puesto las manos sobre la línea viva para remendar la ciudad a diario, a sabiendas de que la muerte acecha en cada gesto? Me mira con los ojos brillantes como estrellas y me habla de la soledad del ser humano. De todas las veces que ha atravesado este mismo Zócalo que ahora lo acoge, rodeado de gente, sintiéndose, sin embargo, tan solo. Sé entonces que es su dolor el que lo mantiene en pie, la energía que lo impulsa para continuar aguantando un día más. Es un dolor que incendia al país entero, que se sale por las costuras mal ajustadas del lienzo de colores que pintan los medios de comunicación.
***
-Pequeña y querida golondrina –dijo el Príncipe-, tú me hablas de cosas maravillosas, pero más maravilloso es el sufrimiento de hombres y mujeres; no hay misterio tan grande como la miseria. Vuela sobre mi ciudad, pequeña golondrina y dime que es lo que ves.
Entonces la golondrina voló sobre la gran ciudad y vio a los ricos gozosos en sus alegres mansiones mientras los mendigos estaban sentados a sus portales. […]Voló por el interior de oscuras callejuelas y vio las blancas caras de los niños hambrientos contemplando con ojos apagados las negras calles. La golondrina voló, contándole al Príncipe lo que había visto. […]
La pobre golondrina tenía más y más frío, pero no deseaba abandonar al Príncipe; le quería demasiado. Picoteaba las migas de la panadería cuando el panadero no estaba mirando e intentaba darse calor agitando las alas. Mas al final dióse cuenta de que se moría; sólo le quedaban fuerzas para volar otra vez hasta el hombro del Príncipe.
-¡Adiós, querido Príncipe –murmuró-, ¿puedo besar tu mano?
-Me siento muy contento de que por fin te marches, pequeña golondrina –dijo el Príncipe-; ya has permanecido demasiado tiempo aquí, pero debes besarme en los labios porque te amo.
-No es a Egipto a donde voy –replicó la golondrina- Voy a la Casa de la Muerte. La Muerte es la hermana del Sueño, ¿no es cierto?
Y besó al Príncipe en los labios y cayó muerta a sus pies.
En ese momento un crujido singular resonó dentro de la estatua como si se estuviera rompiendo, y es que el corazón de plomo se había partido en dos. […]
***
En algún lugar de México, en algún pueblo del estado de Morelos, Omar está tumbado sobre algún prado. Ha llegado solo, en autobús, para contemplar la noche. La noche es inmensa y él escucha el gran silencio: es la música del universo. Sobre él se derraman las estrellas y la oscuridad. No se siente solo rodeado de estrellas. No, al contrario, se siente feliz…
En algún lugar de México, sobre la ladera de una montaña, una muchacha mira por la ventana hacia una subestación eléctrica. ¡Qué bien se ve desde su casa! ¡Y cómo le recuerda al que dos años atrás fuera su novio, un empalmador de cables subterráneos! No puede evitar mirarla. De repente, en mitad de la noche, la muchacha observa con espanto cómo hordas de policía rodean la estación y sacan a los trabajadores encañonados. Impulsivamente alza el móvil para filmar lo que ocurre, pero uno de los policías alcanza a verla y le hace un gesto amenazador. La muchacha se sienta entonces y escribe un mensaje de texto para su antiguo amante…
***
-Tráeme las dos cosas más preciosas que haya en la ciudad –le ordenó Dios a uno de sus ángeles, y el ángel le trajo un pesado corazón de plomo y una golondrina muerta…
Los fragmentos en cursiva son de El Príncipe Feliz, de Oscar Wilde, en una traducción de Estrella Cardona Gamio
El martes 15 de junio se fue Omar Mora Cortés, tras 50 días en huelga de hambre. (foto e info @ugaling)
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