Todos los caminos de la ciudad de México llevan al Zócalo, pero para cada persona el camino es distinto. Yo llegué hasta aquí buscando historias. Aquí, en el centro de la ciudad de México, bajo un sol inclemente o bajo las súbitas tormentas de la temporada de lluvias que amenazan con inundar las carpas de los huelguistas, hablo con los trabajadores y trabajadoras de Luz y Fuerza del Centro que se mantienen en huelga de hambre en su lucha para recuperar su empleo. Contra los grandes medios de comunicación y contra el reloj que avanza en su contra. Estas son sus historias.

martes, 22 de junio de 2010

Gregorio - día 59


Nombre: Gregorio Paredes Gómez

En huelga de hambre desde: 3 de Mayo

Edad: 46 años

Puesto en LyFC: Administrativo. Comité Central del SME

Se llama Gregorio. Cumplió cuarenta y seis años en la huelga de hambre. Nacido en el pequeño pueblo de Juandhó (Tetepango, Hidalgo. Unos mil habitantes; 95% de ellos electricistas) se mudó al casarse al vecino Tlahuelilpan, de donde es originaria su esposa. Es electricista de cuarta generación. Su bisabuelo comenzó la tradición y después siguieron su abuelo y su padre. También su hijo mayor había entrado a la empresa. El menor, en cambio, estudia en una universidad privada, mil ochocientos pesos el mes, y todavía le queda un año para terminar la licenciatura. Gregorio ha ido vendiendo sus tierras para continuar pagándole los estudios al menor de sus hijos. Estudia Administración de Empresas.

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Sobre el techo de la carpa, aproximadamente entre el contador de días (hoy van 59) y la entrada al campamento, hay una pancarta gigantesca, diseñada sin duda con la esperanza de que aparezca en alguna toma aérea. Malditos aquellos que con sus palabras defienden al pueblo y con sus acciones lo traicionan. La miro, y pienso entonces que tal vez no, que debo estar equivocada, que tal vez ha sido diseñada para que la lean desde Palacio Nacional. ¿A quién se refiere, si no, la frase que apunta al cielo? ¿A Dios? Y si no se refiere ni a mí ni a ninguno de los que pasamos por allí, entonces ¿por qué me siento culpable al leerla? Mis palabras los defienden, un poco –apenas nada, en realidad-. Pero ¿y mis acciones? ¿no estoy acaso contribuyendo a su terrible empeño con mis visitas? Su empeño de muerte. Temo por sus vidas, pero no me atrevo a decirles: vete. Si lo dijera minaría la voluntad de estos hombres y mujeres. No diciéndolo, cultivo la culpa de un presagio espantoso. ¿No son acaso las palabras también una acción? Decirle a un huelguista “¡aguanta!”, ¿no es también una traición al deseo verdadero de que se vayan, de que se salven, de que vivan? Me pregunto si, al contrario que en la pancarta, los traiciono con mis palabras y los defiendo con mis acciones. Me pregunto si…

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Juandhó no es cualquier pueblo, ni que sea porque de allí es originario el propio Martín Esparza. A Martín los huelguistas le llaman el General y tienen fe en él. También Gregorio, que además de ser del Comité Central es su vecino, confía en él. Cuando dicen “Juandhó” lo dicen con un deje especial, como quien deja caer una pista para quien sepa oírla. Cosas oscuras ocurrieron en Juandhó. Esa noche Gregorio no estaba. Fue por los tiempos de la huelga. Tal vez el 16 de marzo. No, fue el 17, de noche –estas cosas siempre ocurren de noche-. La policía andaba buscando a alguien. O eso dijeron. Dos mil policías llegaron a un pueblo de mil habitantes. Entraron en las casas, rompiendo todo a su paso. Los hijos de Gregorio escaparon por la azotea. La PFP saqueó la casa. Gregorio no dice más: solo sonríe con tristeza (¡otra vez! esa enigmática sonrisa mexicana, sutil escudo contra la adversidad). Sin embargo, he oído otras historias. Historias que hablan de palizas y amenazas. Historias que suponen que la represión en el pueblo de Martín Esparza no fue en modo alguno casual, que todo fue un elaborado plan para quebrar la voluntad del líder sindical. Oscuros rumores de pesadillas nocturnas, rumores que hablan de amenazas de desapariciones. Le pregunto a Gregorio, pero él sólo sonríe: ni niega, ni afirma. La noche del 17 de marzo él no estaba. Alguien lo llamó: no vengas, te están buscando.

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Una vez Gregorio estuvo en Colombia. Eso fue hace ya algunos años: gajes del oficio del sindicalista. Recuerda con claridad el espanto de ser recogidos por un coche blindado. Hombres con armas los custodiaron durante todo el camino. Todos portaban armas y chalecos antibalas. La delegación mexicana, muda del susto, descubría la literalidad del peligro de ser sindicalista en Colombia. Llegaron a una mina en huelga. De un lado, Gregorio vio al ejército, armado hasta los dientes. Del otro, los mineros, armados por igual. Todo estaba en calma. Ahora, México camina con paso firme hacia el perfecto ejemplo colombiano. Todo está listo para la interminable y fantasmagórica guerra civil: la miseria mayoritaria abona el siniestro plantío de armas. El escenario del guión está trazado: junglas, desiertos, corrupción endémica, grupos de narcos reales o imaginarios en acción. Y solo falta ya prenderle la chispa: “se busca guerrilla, grupo armado o similar para suicidar país”. Que inconveniente que los zapatistas depusieran las armas ante la atónita mirada de un gobierno que tenía grandes planes para ellos. Que inconveniente que los mexicanos, no importa cuánto se les apriete el yugo, insistan tercamente en mantener una lucha pacífica. Qué tristeza darse cuenta de la perfección del juego: ya sea apropiándose de los recursos de la nación, o legitimándose mediante una lucha armada provocada por esos mismos despojos, ellos siempre ganan.

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Ahora la esposa de Gregorio vende jugos de naranja en las mañanas. Su hijo menor es el responsable de ir a la central de abastos para surtir de mercancía a su madre: él debe cuidar de la casa ahora, además de priorizar sus estudios sobre cualquier otra cosa, por supuesto. Su hijo mayor sobrevive gracias a su afición a los gallos: se dedica a amarrarles las cuchillas. Si ganan la pelea, el 10% es para él. Lo que antes era un pasatiempo se ha convertido en su único sustento. La familia de Gregorio entendió en un principio que la huelga formaba parte de sus obligaciones sindicales. Hoy, más de cincuenta días después, van viendo que es algo más profundo. Que Gregorio no lucha por obligación sino para devolverle la esperanza a los suyos: sólo quiere un empleo digno para sus hijos y que se respeten las leyes. Tal vez es pedir demasiado, porque con amargura ha aprendido en estos meses la veracidad del dicho: para mis amigos, justicia; para mis enemigos, la Ley…

3 comentarios:

  1. He leido con atención todos los "reportajes" que ha elaborado y cada vez me impresiona mas la claridad y objetividad con que trata el tema de la Huelga de Hambre, sin duda es una causa justa, pero tambien es una muestra de lo que pasa en nuestro querido México, del México real no del que quieren que creamos los señores que estan en el poder y la pregunta es ¿como es posible que se tenga que poner en riesgo la vida de seres humanos, que lo unico que buscan es un trabajo honesto para llevar el sustento a sus familias, para que el poder sepa que existen como individuos y no como una cifra mas, de las que alegremente manejan?

    Señorita Altea quiero expresarle mi mas profunda admiración y respeto por la labor que realiza, pero principalmente por el trato que le da a la información y el esfuerzo que hace para que este sacrificio no se quede en las "paredes" de la lonas del campamento.

    Otra cosa que me llamo mucho la atención son las protestas que realizan en los juegos de futbol de la selección Mexicana y que al parecer en nada les importan a los que asisten a verlos, siendo un ejemplo del grado en que a través de los medios se manipula a la Gente, es ver los festejos del día de ayer, no puedo creer que se festeje la mediocridad, o sera a caso un reflejo que la necesidad que tenemos de festejar algo? o estos espejismos de triunfo son necesarios para olvidar la miseria en que vivimos y el grado de descomposición social en el que nos encontramos, dejando de lado la estupides de los Gobernantes que dirijen a mi pobre México.

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  2. le agradezco de corazón su comentario. Me da ánimos y energía para continuar (créame que voy necesitada de ambos). Pero no se de por vencido aún. Aunque los días son oscuros no todo está perdido. A Pedro Miguel le remito, en su blog www.navegaciones.blogspot.com tiene un hermoso artículo llamado "optimismo". Y en mi opinión, ni México está tan dormido como algunos quisieran, ni los mexicanos son tan insensibles como los medios nos quisieran hacer creer. ¡Doy fe! Un saludo y gracias.

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  3. Altea te admiro mucho !!! Sigo siempre tu blog, y en verdad no quisiera perder de vista tu trabajo. Desde acá deseo de todo corazón que todo termine para bien, que la Suprema Corte de Justicia resuelva a favor de los trabajadores, se gane un poquito de dignidad entre tanta afrenta.

    Altea, gracias por hacer de este espacio un punto de encuentro, un pedacito de resistencia, de información entre el descrédito de los grandes emporios períodisticos.

    Abrazos grandes ñ.ñ

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