Todos los caminos de la ciudad de México llevan al Zócalo, pero para cada persona el camino es distinto. Yo llegué hasta aquí buscando historias. Aquí, en el centro de la ciudad de México, bajo un sol inclemente o bajo las súbitas tormentas de la temporada de lluvias que amenazan con inundar las carpas de los huelguistas, hablo con los trabajadores y trabajadoras de Luz y Fuerza del Centro que se mantienen en huelga de hambre en su lucha para recuperar su empleo. Contra los grandes medios de comunicación y contra el reloj que avanza en su contra. Estas son sus historias.

sábado, 24 de julio de 2010

El mensaje

Esta mañana (24 de Julio) me contactó Cayetano. Les transcribo su mensaje tal cual lo recibí, para que ustedes lo pasen a sus conocidos, tal como él pide:

Gracias. Me levanté de la huelga. Pero si en 5 días no hay solución me plantaré de nuevo en huelga. La huelga está en receso. No se preocupen, no les fallaré. Corre la voz. Saludos.

Nota: ante la gran polémica que ha levantado la transcripción de este mensaje, considero procedente hacer un par de anotaciones sobre el mismo:

1) El mensaje fue recibido desde el número de Cayetano. Esto está fuera de cualquier duda y es comprobable.

2) El ingeniero Cayetano ha rechazado por el momento tanto confirmar como desmentir la veracidad del mismo. Cabe por lo tanto contemplar la posibilidad de que se haya tratado de algún tipo de suplantación.

3) Teniendo en cuenta esta última posibilidad -que se trate de una suplantación- considero procedente por el momento no publicar ni comentar más comunicaciones recibidas desde ese número hasta que se resuelva el asunto.

4) Por lo que respecta al mensaje original, permanecerá en el blog con fines informativos (puesto que tanto si es auténtico como si no su contenido tiene cierta relevancia), a no ser, claro está, que el principal interesado me comunique por fuente confiable su deseo explícito de que lo retire de la página o bien desmienta su autoría.

A los lectores del blog les agradezco su confianza y les comunico que hice llegar al ingeniero, tal como solicitaban, la petición de un comunicado oficial.

Por mi parte me limito a hacer un llamado a la calma y reitero mi compromiso con la veracidad informativa.

atentamente,

lunes, 19 de julio de 2010

Contaré tu historia

Un día llegué al campamento para entrevistar al último huelguista que quedaba en mi lista: Miguel Márquez. Apenas me alcanzó el tiempo para ver salir a la ambulancia que se lo llevaba. Solo me quedaba una tarea pendiente: poner por escrito la historia de Miguel Ibarra, el último huelguista de hambre a quien había entrevistado. Era viernes cuando se llevaron a Miguel Márquez frente a mis narices. Aquél día -precisamente aquél día en que venía a darme cuenta que mi tarea tocaba ya a su fin sin que se vislumbrase ninguna solución en el horizonte- el SME me cerró el paso. La barrera de la entrada no se abrió ese viernes para mí ni para nadie. Sólo familiares, contestó lacónico el vigilante. Como si no me conociera. Como si no nos hubiéramos saludado decenas de veces. Lo siento, se disculpó al fin, al darse cuenta de que yo acusaba el golpe, son órdenes del sindicato. El sindicato se retraía pues en su caparazón y expulsaba a los extraños en su periodo de silencio y reflexión. Pero yo no me sentía una extraña, no quería ser una extraña. ¿Acaso no sabían que yo sufría con ellos, que peleaba hombro a hombro con ellos, que esperaba con ellos, que arriesgaba mi integridad por ellos? ¿Acaso no sabían cuántos sinsabores me ha reportado estar con ellos, cuánta paranoia, cuánto dolor? No, tal vez no lo sabían. Y el paso estaba, aquél viernes, cerrado para todos los extraños.

Yo no era una de ellos. Eso era estrictamente cierto. Si ganaban la lucha, yo no recuperaría ningún empleo. Pero si perdían, mi nombre quedaría tan estigmatizado como el de ellos. También yo estoy boletinada, pensé entonces con amargura. Tampoco a mí me querrá contratar nadie, jamás. ¿Por qué embarré mi nombre en esto? ¿Por qué vine a prestar mis palabras, que nada han logrado cambiar, en una lucha que no era la mía? ¿Por qué llamé a puertas que no me correspondían y pedí, supliqué, grité y exigí ayuda aún a sabiendas que solo recibiría indiferencia? ¿Por qué, si no soy una de ellos, ni siquiera de esta ciudad, ni siquiera de este continente? Así, cabizbaja, abandoné el campamento. Y no escribí la historia de Miguel Márquez, ni tampoco la de Miguel Ibarra. No pude. No quise. Que se joda el sme, pensé. Que se jodan los mexicanos. Si quieren regalar su soberanía energética a Iberdrola ¿quién soy yo para oponerme? Si prefieren creer que LyFC fue cerrada por una ineficiencia tan improbable como improbada, ¿a mí qué más me da? Al fin y al cabo yo soy española. Debería estar del lado de Iberdrola. Que se jodan todos. Ciao. Goodbye. Aufwiedersehen.

Pasaron los días. La Suprema Corte dio un fallo contrario al SME. Yo estuve allí cuando el silencio se extendió frente a la Corte, un silencio espantoso, frío, incrédulo. Estuve allí, pero todavía no escribí la historia de Miguel Ibarra, aunque pensé en él. Los días pasaron y los huelguistas de hambre decidieron, en asamblea, irse. Me avisó uno de ellos por mensaje. Pero todavía pensé: no es mi problema. Yo no soy una de ellos. Luego, tras el susto del falso rumor, acudí una vez más al campamento. Un campamento lleno de caras nuevas, desconocidas, con las que yo no quería tener nada qué ver. Sólo dos huelguistas conocidos permanecían allí: Cayetano y Miguel Ibarra. Como si fuese un castigo para mi consciencia por no haber contado su historia, allí estaba Miguel Ibarra. Entendía por qué Cayetano, único huelguista del primer día, permanecía allí. Él es el marcador de los días –tremenda presión, Cayetano-. Pero, ¿y Miguel? ¿Por qué tú?

Allí me senté, junto a Cayetano, y un huelguista desconocido acudió a contarme su historia. Hugo, dijo llamarse. No tuve el coraje de decirle que no valía la pena que me contara nada, que no lo escribiría, que me había rajado, que ya no quería seguir. Que todo esto me causa demasiada pena. Se sentó junto a mí y comenzó a hablar sin que yo le hiciera ninguna pregunta. ¿Por qué me hablas? No te conozco. No quiero conocerte. Quiero ser, también yo, indiferente (tal vez así me ahorre el dolor). Me habló de Dios y de su hijo. De antes de entrar a la huelga. De cómo un día, desesperado, le pidió ayuda a Dios -¿cuántas veces no he escuchado ya esta historia? y ¿será que Dios está sordo?-. Ya échame una manita, ¿no? Esto está muy rudo. Dame al menos un signo de que esta lucha vale la pena. De que estoy haciendo lo correcto. Y Dios, nada, callado. Aquél día se quedó tendido en la cama. Sin ganas de ir a ningún lado. Fin. Se acabó. No hay nada que hacer. En esas llegó su hijo –un niño de cinco años-.

-Papá, ¿no vas a ir a trabajar?

-¿Pues que no ves que ya no tengo trabajo? (Enojado: palabras demasiado duras para un niño, tal vez. Se arrepiente ahora).

-Si papá, si tienes trabajo. (El niño, sorprendido, no entiende el desánimo de su padre) Tienes que ir a pelear, ¿no? Ese es tu trabajo. ¿O quieres que gane Calderón? Adiós papá, me tengo que ir, hasta luego. (El niño sale de escena, el padre queda pensativo, fin de la secuencia).

El padre, fulminado por un rayo, contempla a su hijo. ¿Un milagro? ¿La voz de Dios? ¿El mensaje que espera? Recuerda entonces por qué lucha. Recuerda cuál es su trabajo. Recuerda que no es el resultado lo que importa. Recuerda que el día que deje de luchar por lo que es justo morirá. A la periodista (periodista. Qué palabra tan fría. Mujer, ser humano, compañera de lucha, miedos y esperanzas, pero llamémosla así, para facilitar la comprensión del texto) se le escapa un lagrimón que enseguida queda oculto por el cubre bocas (mejor así). Y recuerda entonces que ella también está aquí porque debe estar aquí. Recuerda entonces cuál es su trabajo. Recuerda que le debe a su público (aquellos lectores que la han acompañado en su viaje, que la han confortado en los momentos más duros, lectores queridos, sí, tan queridos) aún una última historia. La de Miguel Ibarra.

Contaré tu historia, Miguel.

jueves, 1 de julio de 2010

Ugal II - la carpa ciega

Ugal disfrazado de monje frente a su "estudio de comunicaciones", en la Carpa 3, 1 de Julio de 2010

Se fue Ugal. Lo conocí el sábado 22 de mayo. Él andaba entonces por los veinte días de huelga de hambre y se veía aún saludable. Con el tiempo, aprendí a conocerlo mejor. Durante cuarenta días, yo continué yendo al campamento. Él seguía allí. Su rostro cambió: parecía más joven, y también más frágil. Aprendió a tuitear y se convirtió en un referente en las redes sociales. El huelguista de hambre que tuiteaba desde el Zócalo, en vivo y en directo para el mundo. La tarea lo absorbía y lo motivaba. Tal vez –pienso ahora- ha sido su tarea vital de comunicador la que le ha dado las fuerzas para continuar su huelga. Su deseo por informar. Poco a poco, se armó su pequeño estudio de comunicaciones en la carpa: juntó una mesa, una laptop y unos cascos. Siempre fue un bromista. Incluso hoy, cuando no pudo soportar más el dolor, se permitió despedirse con una broma. Ahora regresa a casa con su esposa y sus hijos. Superó con creces su objetivo: 20 kilos o 40 días. Cumplió 62 días.

Tal vez no debería contaros nada de esto. Y sin embargo, su partida me quiebra a mí también un poco. Con él no sólo se va un amigo –y uno de los huelguistas que conocí en los primeros días de la huelga- sino también el enlace de la carpa con el mundo. La carpa de huelguistas está ciega y sorda ahora hasta que otra persona retome el lugar de Ugal. Y yo resiento su ceguera. Me había acostumbrado tal vez al vínculo invisible que suponía la presencia de Ugal. Él tomaba fotos, contaba cosas, respondía a preguntas. Sé que en los últimos días Ugal andaba preocupado. No podía evitar preguntarse qué ocurriría con esa comunicación si él tenía que irse. Tampoco podía evitar pensar en cómo sería su salida. ¿Quién la reportaría, si él era el reportero? ¿Saldría él en silencio?¿No habría nadie para despedirlo a él?

En esto último, Ugal se equivocó. Él reportó su propia salida. Yo no tenía conexión a internet en ese momento. Y sin embargo, alguien se apiadó de mi ceguera y me mandó el mensaje por vías más convencionales. Que Ugal se va, me dijeron. Nos dejaron sin comunicación con la carpa, pero aún así el mensaje llegó. Hay otras vías, otras maneras. La carpa no está todavía ciega y sorda mientras quede gente que quiera saber qué ocurre. Y quedan muchos. Miles, a juzgar por la multitudinaria presencia en la marcha de esta tarde, 1 de julio.

Y me pregunto ¿Cómo será ahora su vida? ¿Lo volveré a ver? ¿Quién hará sonar ahora el himno de los electricistas, la tarea que siempre fue de Ugal? ¿Qué habrá sido de la rosa que alguien le trajo para decorar su escritorio portátil? ¿Habrá acabado de ver la película de El Violín? ¿Soportarán Richard y Rafa, sus compañeros de carpa, el vacío que deja Ugal tras de sí? Respiro tranquila, porque él está a salvo, y oculto una lágrima, porque lo echaré de menos. Aunque tal vez, con su extraño vínculo a través de internet, Ugal sea, precisamente, la única persona que no se irá nunca del todo de la carpa…


Día 68 - una simple imagen

Día 68: el equipo de los primeros once huelguistas, todos con más de 60 días de huelga de hambre

Fila de arriba, de izquierda a derecha: Miguel M., Goyo, Caro, Carlos y Nati.
Fila de abajo, de izquierda a derecha: Ricardo, Rafa, Ugal, Miguel I., Miguel P., Cayetano.

Si miran bien la foto, verán que los once huelguistas han guardado un orden casi mítico en la toma de la imagen. Resulta curioso que lo hayan hecho en el orden inverso en que se suelen describir las fotografías. Abajo y a la derecha comienza la foto con Cayetano (25 Abril) y Miguel P. (28 de Abril) -ambos de la Carpa I-. Siguen, abajo y recorriendo la foto hacia la derecha, Miguel I. (29 Abril), Ugal (30 Abril), Rafa (30 Abril) y Ricardo (30 Abril) -los cuatro restantes de Carpa II y Carpa III-. En la fila de arriba están los hombres y mujeres que entraron en 3 de Mayo: Nati, Carlos, Caro, Goyo y Miguel M.

Resulta también extrañamente estético que la única nota de color la ponga el taburete central (el de Ugal), de un violento color naranja, y la playera roja de Nati. Antes -días antes, siglos antes- recuerdo que los huelguistas solían vestirse con desafiantes prendas rojas. Ahora no. Tal vez es por que el día está lluvioso, o tal vez porque los colores, después de tantos dias sin comer, con el cuerpo deshecho, ya no les importan tanto.

Y aunque no estuve ahí cuando tomaron la foto, intento imaginar qué piensa cada uno, que me revela su rostro. Sin duda -de eso estoy casi segura- tomaron la foto a instancias de Ugal, con su teléfono móvil (y ¿quién la tomó? ¿otro huelguista? ¿alguien del personal de apoyo?¿una visita?). No debió ser nada fácil -cansados como están, languideciendo sobre sus catres- reunirlos a todos. Distingo la expresión combativa de Ugal (en el centro) y Ricardo (abajo a la izquierda, como buen revolucionario), y la expresión todavía ilusionada, pero endurecida ya por el paso de los días, de Rafa.

La expresión altiva y orgullosa de las dos muchachas, Caro (centro) y Nati (derecha, arriba).

-¿Cómo me ves?- me pregunta siempre Nati, desafiante
-Flaca- contesto invariablemente. Y Nati se ríe.

¡La terquedad de Nati!, ¡la dulzura de Caro! Qué extraño equipo. No se parecen en nada pero se entienden muy bien. Se han hecho muy amigas aquí, en su carpa.

Cayetano (abajo, derecha) , convertido tal vez sin quererlo en el símbolo de esta lucha. Tal vez terriblemente solo bajo el peso de la admiración de tantos. Cayetano, una roca, que dice que no se va. Junto a él Miguel, con rictus de dolor, que esconde sus malestares para resistir un día más. Miguel, capaz de tocar el corazón de la gente con sus bromas, Miguel, que da consuelo a todos y no se reserva ninguno para él. Y junto a él, al lado de Ugal, otro Miguel (I.), que administra sus menguadas fuerzas para cumplir con una promesa que le honra...

Y arriba en la esquina izquierda, el misterioso Miguel M. ¡Qué delgado está! No era así cuando lo conocí. ¿Qué fuerza lo mantiene en pie? Lo ignoro, pero percibo que debe ser muy poderosa. Y junto a él, sus compañeros de carpa. Goyo, flanqueando a Caro, resistiendo los embates del tiempo. Y Carlos: con que fuerza cierra el puño, qué tensión en su gesto...

Isa se fue. La valiente y hermosa Isa. Isa y sus colores, rosa y negro. Isa, que tanto echa de menos a su padre, que lucha en su nombre para rescatar el significado de su identidad. Sé que no quería irse. Y sus compañeros, viendo terquedad, su negativa, sus dudas, fueron a hablar con ella, que se retorcía de dolor, para convencerla de que debía salvar su vida...

Isa (mediados de mayo)