Todos los caminos de la ciudad de México llevan al Zócalo, pero para cada persona el camino es distinto. Yo llegué hasta aquí buscando historias. Aquí, en el centro de la ciudad de México, bajo un sol inclemente o bajo las súbitas tormentas de la temporada de lluvias que amenazan con inundar las carpas de los huelguistas, hablo con los trabajadores y trabajadoras de Luz y Fuerza del Centro que se mantienen en huelga de hambre en su lucha para recuperar su empleo. Contra los grandes medios de comunicación y contra el reloj que avanza en su contra. Estas son sus historias.

domingo, 16 de mayo de 2010

Ugal - día 22

Nombre: Ugal Armando Salgado Jiménez

Comienzo huelga de hambre: 30 de Abril

Puesto en LyFC: Ingeniero

Edad: 34 años

El nombre de Ugal se lo inventó su abuela, que pintaba y escribía con igual facilidad. Uno de sus cuentos lo tituló “Ugal el granjero”, y así fue como nieto y nombre se encontraron. Ni pinta, ni escribe, ni es granjero: Ugal es licenciado en ingeniería mecánica-eléctrica por la UNAM, un hombre serio y recto que ha manejado sin que le tiemble el pulso equipos de más de cien trabajadores para LyFC. Doce mil pesos (unos 700 euros) mensuales a cambio de responsabilizarse del bienestar de cien personas así como de sacar adelante las instalaciones, reconexiones e incidencias de un sinnúmero de usuarios. Electricistas fueron su padre y los hermanos de su madre, así como su abuelo materno, que murió electrocutado en el pozo de una subestación junto con su ayudante. Lo reconocieron gracias al anillo de boda. Ugal fue primero bodeguero para LyFC, y más tarde, tras acabar su licenciatura y aprobar su examen, pasó a formar parte del Grupo de Ingenieros. Fue entonces cuando sus jefes se convirtieron en sus empleados. Sin embargo, Ugal, el ingeniero, está también aquí, aguantándose el hambre y las tremendas ganas de irse a casa con su mujer y sus hijos.

Ha trabajado siete años para LyFC. Dice que poco antes del cierre tuvo como un presentimiento, un extraño sentimiento de que algo no iba bien. Ante mi asombro –porque asombra, qué duda cabe, oír hablar a un hombre serio y recto, como Ugal, ¡un ingeniero pues! de presentimientos- se apresura a explicar las bases mecánicas de su corazonada. De cómo LyFC firmó un convenio de productividad a finales de 2008, programa que la obligaba a ser más y más eficiente, para el que sin embargo los recursos nunca llegaban. Ugal, extrañado, sentía como la empresa era abocada al abismo por manos invisibles. Por un lado, se la obligaba a cumplir con férreos objetivos; por otro, el presupuesto se encogía a pasos agigantados. Y Ugal demandaba recursos que nunca llegaban para cumplir con unos objetivos que, de no cumplirse, podían dar pie a… ¿a qué? Corazonada que, sin embargo, no impidió a Ugal dejar cuarenta mil pesos (unos 2.500 euros) de enganche para una casa en Lomas Verdes. Casa y dinero se esfumaron el diez de octubre de 2009, junto con todos los derechos asociados: acceso a la seguridad social, derecho a la salud, derecho a soñar, también, que tal vez un día su hijo de apenas un mes podrá seguir la senda de su padre, de su abuelo y de su bisabuelo. O de que lo haga su hija, que ahora tiene tres años y que cada vez que viene a verlo lo agarra con su manita e intenta arrastrarlo a la salida de la carpa –ya vámonos, papá-.

Recuerda con nostalgia su trabajo. Le gusta trabajar para cumplir con las metas que él mismo se propone. Trabajó muy duro para reducir la corrupción en su departamento. Su meta: reconexiones en un día, nuevas conexiones en tres. Entre sus tareas se encontraba la de vigilar que sus trabajadores no retrasaran deliberadamente las nuevas instalaciones eléctricas para así poder cobrar mordidas. Afirma haber logrado su objetivo principal: nuevas conexiones en tres días, ni uno más. Sabe que otros departamentos no lo consiguieron, pero no pide perdón por ello: él sí cumplió. Sabe también que como ex trabajador de LyFC está boletinado. Ninguna empresa quiere contratarlo, ni siquiera para labores de intendencia. En el momento en que recursos humanos ve su historial del IMSS -sus siete años de trabajo para la LyFC- sabe que la entrevista ha terminado. Porque ninguna gran empresa quiere tener entre los suyos a un trabajador formado en derechos sociales y laborales. No vaya a ser que contamine al resto de trabajadores con sus pretensiones de justicia social. A eso mismo que algunos –los que mandan- le dicen privilegios.

Se halla anclado en un presente sin salida. No le está permitido avanzar, pero tampoco puede retroceder hacia aquellos tiempos en que comía con sus compañeros en la oficina, la comida traída de casa para ir ahorrando un dinerito para la soñada casita en Lomas Verdes. Como un fantasma pasan esas comidas fraternales ante sus ojos, las risas y las confidencias con sus compañeros. Y aunque nadie coma frente a los huelguistas, aunque se espante con cortesía pero con firmeza a los turistas –o no tan turistas- que se plantan ante la carpa a lamer sus helados de rompope, los huelguistas no pueden evitar las visiones –alucinaciones, casi- de vituallas sencillas, llenas ahora de un nuevo y magnífico significado. Un significado distinto para cada quién, un recuerdo de tiempos mejores en los que el futuro existía más allá de resistir un día más.

Cuarenta días, o veinte quilos, dice Ugal con la misma determinación que cuando se proponía reducir los tiempos de instalación de su departamento. Es su nueva meta. Al contrario que otros de sus compañeros las esperanzas del ingeniero Ugal viven en el límite de lo concreto, y guarda la razonable esperanza de que sea posible acortar los eternos tiempos jurídicos para conocer el recurso del patrón sustituto, o dicho de otra forma, que todos los trabajadores de LyFC sean traspasados a la CFE junto con la empresa. Pero mientras desglosa los tecnicismos jurídicos con los que ha tenido que familiarizarse me va mostrando las láminas ilustradas de un libro: mira, esto es Reforma iluminada por primera vez, esos son los diseños de las nuevas farolas, que imitan a las antiguas, esto es la historia de un poderoso sindicato que luchó para que los derechos sociales no fueran considerados un privilegio. No digas “luchó”, me corrige educadamente, disculpando mi error. Di mejor que lucha.

1 comentario:

  1. Que historias, realmente logras el objetivo propuesto a la entrada de tu blog, y de paso también nos trasladas a esa vida, a la de los trabajadores que no han dado un paso atrás, a pesar de todo, a pesar de los demás...

    Gracias por compartirlas =)

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