Todos los caminos de la ciudad de México llevan al Zócalo, pero para cada persona el camino es distinto. Yo llegué hasta aquí buscando historias. Aquí, en el centro de la ciudad de México, bajo un sol inclemente o bajo las súbitas tormentas de la temporada de lluvias que amenazan con inundar las carpas de los huelguistas, hablo con los trabajadores y trabajadoras de Luz y Fuerza del Centro que se mantienen en huelga de hambre en su lucha para recuperar su empleo. Contra los grandes medios de comunicación y contra el reloj que avanza en su contra. Estas son sus historias.

domingo, 23 de mayo de 2010

Domingo editorial: 29 amaneceres


Este domingo les dejo con una crónica del día a día de los huelguistas de hambre. La escritora invitada es smeíta -¡gracias por la colaboración!-:

Ahora sus cuartos son lonas, sus camas unos catres. Duermen codo con codo, como es la lucha que llevan a cabo, eso puede ser bueno cuando la lluvia los visita e inunda su cuarto improvisado, así no se siente tanto el frío, pero cuando el calor esta en apogeo se convierte en una sauna, el aire de los ventiladores es insuficiente así que buscan un banquito o una silla donde dé la sombra para que sus cuerpos ya débiles se puedan refrescar.

Hora de la visita: la familia llega con la incertidumbre de su estado de salud. La familia es como un mejoral, por un rato los huelguistas tratan de olvidar los mareos, los calambres o cualquier dolencia, los tienen que ver fuertes porque están construyendo la victoria y harán Historia. Pasan un largo, largo tiempo platicando como si nunca se hubieran visto, tal vez están recuperando el tiempo, ése que se les iba por reparar un disturbio de luz o por tener exceso de trabajo en la oficina. Agarrados de la mano de su esposa o novia aferran más su amor pero también alimentan su lucha. Los hijos, los hijos quieren llevarse a papá o a mamá de vuelta a casa pero les recuerdan que están ahí por ellos para que tengan un mejor futuro.

No falta el compa de su escalafón que le grita ¡ánimo! ¡gracias por luchar! O que simplemente levanta el puño izquierdo en señal de que la lucha sigue.

Cuando los parientes no llegan o ya se fueron unos se ponen a ver caricaturas, oyen música, se ponen a bromear entre ellos recordando cuando lo hacían en sus centros de trabajo, leen las noticias del día, el chamuco, se pueden ver títulos como el de Cien años de soledad, de narcotráfico o superación personal; otros rezan alimentando su fe, ya que ellos no lo pueden hacer por convicción, o tan sólo duermen esperando que esta pesadilla pase pronto, en una ocasión me tocó ver como el cuerpo de uno de ellos se estaba conmocionando, son las señales de un cuerpo que está llegando a su límite.

Cada día se ven más huecos, son los catres vacíos de los que han tenido que salir en contra de su voluntad, por razones médicas. Cada que sale alguien le hacen una valla lo despiden con aplausos, palabras de aliento pero los que aún siguen dando la batalla sus rostros se miran desencajados. Entre ellos se echan porras, se apoyan.

La luna llega, algunos se quedan a contemplar la noche interrumpida por el estruendo de las maquinas que llevan más de un mes intentando cambiar el adoquín de Palacio Nacional. Se ven sombras por la madrugada, se levantan, sus riñones no aguantan estar oprimidos, se vuelven a recostar, van al baño por lo que ahora es su sustento, miel o agua con electrolitos. Nunca se hubieran imaginado dormir en la plancha del Zócalo. Tienen quien vele su sueño: son sus compañeros que hacen guardias a todas horas.

Desde temprano, como eso de las siete, empiezan a despertar. Se bañan o buscan a la chava de “La Jornada”, luego, luego la leen para saber si por ahí hay un oasis, de que por fin algún funcionario del gobierno ya haya entrado en razón. Se van sentado en una sala improvisada frente a la carpa; llega uno a uno el que todavía tiene fuerzas para estar sentado, comentan las noticias intercambian opiniones. Uno de los huelguistas en especial se sienta, mira su alrededor, cierra sus ojos, los rayos del sol tocan su rostro, pareciera que está meditando, tal vez es el rayo de esperanza que día a día lo nutre para seguir en desobediencia. Así es como han paso 29 amaneceres los huelguistas del SME.

Escritora invitada

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