Todos los caminos de la ciudad de México llevan al Zócalo, pero para cada persona el camino es distinto. Yo llegué hasta aquí buscando historias. Aquí, en el centro de la ciudad de México, bajo un sol inclemente o bajo las súbitas tormentas de la temporada de lluvias que amenazan con inundar las carpas de los huelguistas, hablo con los trabajadores y trabajadoras de Luz y Fuerza del Centro que se mantienen en huelga de hambre en su lucha para recuperar su empleo. Contra los grandes medios de comunicación y contra el reloj que avanza en su contra. Estas son sus historias.

jueves, 27 de mayo de 2010

Federico - día 33


Nombre: Federico Enciso Montes

En huelga desde: 27 de Abril

Edad: 45 años

Puesto en LyFC: Electrificación Aérea

Se llama Federico y entró a la huelga de hambre el mismo día en que cumplió cuarenta y cinco años. Este sobrestante del departamento de Electrificación Aérea esperaba todavía escalar algunos puestos más en su escalafón y poderse jubilar con el sueldo máximo, como en su día hiciera su padre. Procede de San Juan Teotihuacán y pasó una mágica infancia escuchando antiguas leyendas y rebuscando tesoros escondidos entre la hierba. Es un hombre abierto y amable: a su alrededor, todo parece más fácil, incluso un ayuno de más de treinta días. Le gustan las novelas de misterio y sus ojos irradian felicidad al recordar su trabajo. No le he preguntado si le gustaba, porque se me antoja que la respuesta es demasiado obvia. Mueve las manos al hablar, como acariciando las líneas de tensión, recordando el tacto de los guantes, los circuitos, la luz de su trabajo.

Coincide conmigo en que uno de los problemas a los que se enfrenta su sindicato es el vastísimo desconocimiento de la población respecto a cuáles eran exactamente las tareas de LyFC y el grado de dificultad que suponían, prueba de lo cual es que algunos medios de comunicación –en desinhibida muestra del más absoluto desconocimiento- propaguen la idea de que un sabotaje a una línea de media tensión se puede hacer rasgando el cable con un cuchillo o un clavo. Relinchan de risa los electricistas ante tamaño despropósito. Por otra parte, pocos son conscientes de la enorme complejidad de esta empresa estatal, de la extensa red de trabajadores que la mantenían en marcha, desde choferes hasta inventores, pasando por abogados, linieros, cobradores, ingenieros, etc. En un solo departamento –como es el caso del departamento de Federico, Electrificación Aérea- los múltiples escalafones estaban rígidamente delimitados por las tareas que cada persona podía acometer: empezando por los ayudantes, a quien les está prohibido treparse a un poste, y siguiendo por los practicantes que comienzan a trabajar con baja tensión. Siguen instaladores, linieros (varios grados), sobrestantes (ídem), instructores y sobrestante general y coordinador, los máximos grados que puede alcanzar un peón, recompensados con el exorbitante sueldo de unos 12.000 pesos (unos 700 euros) mensuales.

Federico recuerda muy bien la primera vez que él trabajó con línea viva. Los electricistas aprenden primero a trabajar con líneas de baja tensión o líneas muertas (por donde no circula corriente) y sólo cuando están preparados se les permite tocar la línea viva. Porque está viva. La electricidad tiembla en las manos del electricista y siente la presencia de este extraño que se le acerca por vez primera. Ya le dijo su padre, entre muchos otros sabios consejos, que la línea viva es como la serpiente cascabel: mientras la respetes no te va a pasar nada. Respetarla significa cuidarse de ella: ponerse los tres pares de guantes reglamentarios, por ejemplo. Primero, los de algodón, que absorben la humedad. Luego los de caucho, que van hasta los codos, y finalmente los de carnaza. La jirafa a la que se trepa el electricista también está doblemente aislada –como lo está el vehículo- y todo el material, absolutamente todo –incluso las botas que llevan los electricistas- ha pasado un minucioso control en los laboratorios. Y entonces, el electricista se acerca a la línea y posa sus manos por primera vez sobre ella. Al tocarla, la línea chilla, desconfiada. La línea es tímida y violenta, no le gusta que la toquen extraños. Ahora percibe su presencia y busca un agujero, un rasguño en la protección por donde entrar a atacarlo y hacer contacto a tierra. Pero no lo encuentra. La muerte vuela entre las manos del electricista sin rasguñarlo. Un agujero en un guante, en una bota, unas manos demasiado sudadas, y todo habrá acabado para él. Si tiene suerte. Si no, le espera la pesadilla de las amputaciones y de la incapacitación.

El conocimiento de los electricistas se transmite de generación en generación, de padre a hijo, de sobrestante a liniero y de liniero a instalador. Como sobrestante, Federico vela por la seguridad física y moral de sus hombres. No permitirá que ninguno de sus hombres se trepe a un poste si percibe en él inseguridades o preocupaciones. Al contrario: mandará a otro de sus hombres mientras él se lleva aparte a aquél que no está debidamente concentrado para escuchar sus problemas, pero también para decirle, una vez más, que en esta profesión los problemas deben dejarse a la puerta de la casa. Esta profesión demanda la más absoluta atención por parte de cada integrante del grupo. Demanda que todos y cada uno de ellos estén al pendiente de lo que hacen los demás, listos para intervenir si es necesario.

Ellos trazan los nuevos caminos de la electricidad, reparan fallas y llevan la luz a las colonias más pobres. A veces deben quedarse días enteros en una comunidad aislada del mundo porque se pierde demasiado tiempo en ir y volver. Allí los hombres y mujeres, descalzos a veces, se quitan la comida de la boca para dársela a los electricistas que vienen a iluminar el pueblo. Los camiones con los postes se deslizan apenas entre desfiladeros y los hombres de Federico escarban en roca pura, suben cerros y bajan zanjas para extender sus cables. Son uno de los departamentos más queridos por la gente. Federico está orgulloso de pertenecer a él, así como de no haber tenido nunca ningún accidente que lamentar en su cuadrilla. Firme y alegre, ha venido a esta carpa para conseguirles a sus hijos un mundo un poco mejor y a quebrar las enormes murallas de silencio con las que los llamados medios de comunicación les han rodeado.

El día 1 de junio, tras 35 días en huelga de hambre, se llevaron a Federico. Quedan ahora 10 huelguistas de hambre en su carpa y 40 huelguistas de hambre en total. La carpa pierde así su único representante de la zona de Tehotihuacán y de la subestación "kilómetro 42".


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