Todos los caminos de la ciudad de México llevan al Zócalo, pero para cada persona el camino es distinto. Yo llegué hasta aquí buscando historias. Aquí, en el centro de la ciudad de México, bajo un sol inclemente o bajo las súbitas tormentas de la temporada de lluvias que amenazan con inundar las carpas de los huelguistas, hablo con los trabajadores y trabajadoras de Luz y Fuerza del Centro que se mantienen en huelga de hambre en su lucha para recuperar su empleo. Contra los grandes medios de comunicación y contra el reloj que avanza en su contra. Estas son sus historias.

sábado, 22 de mayo de 2010

Marco - día 28


Nombre: Marco Antonio Moreno Aranda

En huelga desde: 28 de Abril

Edad: 35 años

Puesto: ayudante especial – construcción electrificación aérea

Se llama Marco. Dice que la piel se le va secando poco a poco, que se le está volviendo quebradiza, como si se estuviese haciendo viejo a pasos acelerados. Su esposa, una mujer menuda a la que he visto pasar fugazmente, es enfermera del seguro social. Tienen dos hijos, un niño de diez años y una niña de siete. Antes de venirse a la huelga de hambre, Marco se compró dos labradores para que la casa estuviese segura en su ausencia: cómo se le va a olvidar que hace algunos años alguien intentó llevarse a su niña. En los meses que han seguido a la extinción de LyFC ha tenido la oportunidad de pasar más tiempo con sus hijos del que acostumbraba. Los echa mucho de menos. Sobre los hombros de su esposa recae ahora la difícil tarea de hacer a la vez de papá y de mamá: trabajar, checar si los niños han hecho la tarea, bañarlos, darles de cenar, acostarlos, levantarlos, preparar el desayuno y el lunch para que se lleven algo a la escuela.

Marco es soldador. Tuvo, hace tiempo, un buen taller donde hacía herrería: barandales, puertas, ventanas, lo que surgiera. Era bueno. Tuvo que abandonar el terreno donde estaba instalado su taller e irse a otro lugar donde comenzar de nuevo. Se fue a Ecatepec, donde abrió un nuevo taller, pero había que darle tiempo al tiempo hasta volverse a aclientar. Entretanto, la necesidad apretaba y Marco decidió irse unos meses a Estados Unidos a juntar algún dinero. Recomendado por una hermana de su tío consiguió trabajo de repartidor de materiales de la construcción en un pequeño pueblo de New Jersey. Ganaba seis dólares la hora, una fortuna al cambio vigente, y no era un mal lugar donde vivir. La gente era tranquila y los conejos bajaban del monte para pasearse libremente por las calles del pueblo. En México, dice Marco, se los habrían comido. El 4 de julio, con motivo de la fiesta de independencia, les dieron de comer y beber a todos gratis en el pueblo. Y había mucho trabajo que hacer, mucho dinero por ganar. Poco a poco, Marco se fue haciendo valioso para la empresa. Comenzó a hacer arreglos y soldaduras y le subieron el sueldo a siete dólares la hora. Entretanto, su esposa consiguió su plaza de enfermera en el seguro social -afirma, muy orgulloso, que la consiguió sin palancas ni conectes, a base de estudiar- y reclamó su vuelta. Marco anunció su marcha definitiva a Billy y Jan, los socios fundadores de la empresa. Éstos, alarmados ante la marcha de un trabajador que les resultaba tan rentable, le ofrecieron doblarle el sueldo y la ciudadanía, a cambio, eso sí, de quedarse un año más. No aceptó. Con el dinero ahorrado, levantó el segundo piso de su casa y le compró algunos electrodomésticos a su mujer.

Uno de sus tíos trabajaba en Cables Subterráneos y le ayudó a entrar en LyFC. Entró en la brigada de construcción de electrificación aérea encargada de tender las líneas hacia las zonas sin luz. Ellos trazaban y marcaban dónde debían perforarse los agujeros para los postes; montaban la postería y el herraje, tendían la línea y finalmente bajaban los tramos hacia las casas. En los últimos tiempos, su trabajo se hizo más difícil por falta de medios: el dinero, dice, parecía no alcanzar nunca su destino. Les mandaban picos de madera para perforar roca. Los herrajes llegaban defectuosos y él se acostumbró a hacer el trabajo de soldadura para arreglarlos. Nunca le pagaron por ello, pero le gustaba ser parte del equipo que llevaba la ansiada luz a las colonias más pobres. Su último trabajo fue en la colonia de El Saucillo, en Actopán, Hidalgo. Los habitantes llevaban esperando la electricidad más de veintiséis años. El camino hasta el pueblo era de más de cuatro horas por terracería y el transporte de los postes se complicó mucho. Algunos cables tuvieron que ser tendidos de cerro a cerro ante la imposibilidad de cavar agujeros en la roca con herramientas inadecuadas. Finalmente, la luz llegó. En 2009 El Saucillo celebró su primera navidad con luz eléctrica. Marco lo recuerda henchido de orgullo, porque él fue parte de aquella historia con final feliz.

Por su trabajo en LyFC cobraba 5600 (unos 330 euros) pesos al mes. Lo complementaba haciendo arreglos de soldadura en su taller durante los fines de semana. Después del apresurado cierre de la empresa continuó trabajando en su taller para pagarse los pasajes y contribuir a la economía familiar. Es un trabajador incansable. Ahora le quema el corazón de ver las injusticias que arrasan su país, los recursos naturales vendidos al mejor postor, la locura de las privatizaciones exacerbadas. La rabia contenida parece dejar una huella oscura sobre su frente. Alza la frente, retador, y opone su cuerpo cada día más frágil a la enormidad de un sistema que niega no sólo sus tribulaciones sino incluso su propia existencia. Clama furioso contra los medios de comunicación comprados que ignoran su tragedia colectiva y silencian su grito. Cuando paso a saludarlo, le digo para animarlo que ya vamos ganando, y que seguro este mismo lunes la Suprema Corte de Justicia falla a su favor.

El domingo 6 de junio, tras 40 días en huelga de hambre, salía Marco de la carpa...(foto e información @ugaling)


1 comentario:

  1. Marco, Historias cómo la tuya nos llenan de orgullo y, sábete algo: cuentas con el apoyo solidario de TODA LA GENTE DE ESTE PAÍS QUE, CON TU SUDOR, HAS AYUDADO A CONSTRUIR. ESTAMOS CON USTEDES.

    ResponderEliminar