Todos los caminos de la ciudad de México llevan al Zócalo, pero para cada persona el camino es distinto. Yo llegué hasta aquí buscando historias. Aquí, en el centro de la ciudad de México, bajo un sol inclemente o bajo las súbitas tormentas de la temporada de lluvias que amenazan con inundar las carpas de los huelguistas, hablo con los trabajadores y trabajadoras de Luz y Fuerza del Centro que se mantienen en huelga de hambre en su lucha para recuperar su empleo. Contra los grandes medios de comunicación y contra el reloj que avanza en su contra. Estas son sus historias.

jueves, 3 de junio de 2010

Daniel - día 40


Nombre: Rodrigo Daniel Gutiérrez Villegas

En huelga desde: 29 de Abril

Edad: 37 años

Puesto en LyFC: Distribución foráneas – sección líneas

Se llama Daniel. No quería entrar en LyFC. No quería ser como su padre: pobre, mal vestido, sin aspiraciones en la vida. No, Daniel quería lana, quería ropa de marca y diversiones, quería glamour, ascender en la escala social. Habla en pasado de sí mismo, como quien habla de un amigo de toda la vida las ideas del cual hace tiempo que dejó de compartir pero al que sin embargo no puede desconocer del todo. Quiso ser policía. Realizó su entrenamiento en Toluca: de doscientos internos, solo 48 se graduaron. Daniel entre ellos. Los demás no soportaron la dureza y las humillaciones a las que fueron sometidos para templar su espíritu, para comprobar si efectivamente podrían cumplir órdenes a rajatabla, actuar sin cuestionar a sus superiores, cometer las mayores vilezas sin sentirse responsables de ellas. ¿Han visto Full Metal Jacket? Entonces no les extrañará saber que los internos se peleaban por obtener el privilegio de cuidar a los perros del campamento: podían, así, beber su leche. Ocho meses después, Daniel salió convertido en un verdadero oficial. Duro. Arrogante. Prepotente y altanero. Pronto sería destinado como Oficial de Tránsito al Estado de México. Allí aprendería, además, que sentirse superior es adictivo. Y más si te deja dinero…

Es extraño oír la voz serena y calma de este ex-oficial de tránsito. Conserva todavía los rasgos duros en el rostro, tallados a golpe de dolorosas experiencias. No sonríe. Tal vez dejó su capacidad de sonreír allí en Toluca, o en las calles del Estado de México, donde los oficiales cobraban sus mordidas, en parte para pagar el “entre” diario que exigían sus superiores, pero en parte, también –y no lo oculta- para satisfacer sus propios deseos. Le gustaba hacerlo. Valoro la honestidad de Daniel. Nadie conoce la corrupción cómo él, los efectos que provoca en el alma humana, el autoritarismo adictivo del que todos son víctimas y verdugos, también aquellos –la mayoría, confiesa- que aceptan pagar la mordida para ahorrarse problemas, o, simplemente, dinero. Un día, su padre le dio la nota para presentarse al examen de admisión de LyFC. Tal vez percibía que el alma de su hijo se estaba hundiendo en la ciénaga del desespero. Aún estaba a tiempo para cambiar su vida. Daniel se presentó al examen, lo pasó y entró a trabajar a LyFC. Su sueldo se redujo drásticamente (apenas a 6000 pesos mensuales, contadas todas las ayudas sindicales), pero su corazón halló el oasis que buscaba. Habla de LyFC casi como quien habla de algún dios, de la salvación del alma. Los ojos le brillan al recordar su primer día en la empresa. Henchido de orgullo, recibió su uniforme caqui con el flamígero logo tricolor, el casco, los guantes, los zapatos, todo lo que iba a necesitar para empezar a formar parte del orgulloso equipo de electricistas. Luz y Fuerza.

Se salvó. Así lo dice. Logró cambiar. Con esfuerzo y trabajo, trepando con maneas a los postes de luz del cinturón urbano de la ciudad de México, que algún día, hace muchos años, cuando Xochimilco era todavía un pueblito a las afueras del Distrito Federal, recibió el nombre de “foráneo”. Realiza el mismo trabajo que se lleva a cabo en el departamento de Líneas Aéreas, pero en las zonas que quedan fuera del “centro” de la ciudad. Iztapalapa, Tláhuac, Chalco, Ayotla, Naucalpan, Cuautitlán, Villa Nicolás Romero, Ecatepec, Sta. Clara…los suburbios ricos o pobres, de fácil o difícil acceso, todos ellos bajo el control de las agencias foráneas que trabajan bajo sol o lluvia para reparar todas las fallas eléctricas y disminuir el TIU (Tiempo de Interrupción al Usuario, unidad con que se mide la eficiencia de una empresa eléctrica). Hace unos años, los electricistas a cargo del municipio de Naucalpan batieron todos los récords: alcanzaron un TIU de 2h/año. Los electricistas hicieron una gran fiesta. Con o sin herramientas, con o sin furgonetas, Daniel afirma que nunca dejaron un trabajo por hacer. Trabajos peligrosos. El destino de cada uno de ellos depende no solo de ser capaces de librarse de las descargas eléctricas, sino de su pericia para treparse a los postes. Casi no usan escaleras. De vez en cuando, algún compañero cae desde varios metros de altura. Algunos sobreviven. Otros no.

Luz y Fuerza del Centro es su alma mater, su cuna, su orgullo. A ella se debe y a ella le da su esfuerzo y sus energías. Aquí aprendió a ganarse el pan con sacrificio y esfuerzo, con el sudor de su frente, y descubrió que le gustaba. Se sentía mejor. Más humano. Cambió y creció, aprendió a sentirse orgulloso de su trabajo. Desprecia a los que difaman a su compañía anunciando a los cuatro vientos una corrupción que él sabe que, al contrario que en tantas otras empresas gubernamentales, no es generalizada. Si alguien sabe de corrupción, ese soy yo, me dice. Habla despacio, con la seguridad que le da haber estado del otro lado, del lado oscuro. Recuerda como, hace diez años, habría estado del lado de aquellos a quienes no les importa el destino de los electricistas ni el de su país. Frío. Insensible. Pero afirma que cambiar es posible. Él lo logró. Con el cierre de LyFC, pasó de ser electricista a ser luchador social. Tramitó amparos y entregó volantes cuando los mexicanos, doblegados por la propaganda gubernamental, les escupían en la cara por huevones. Ahora observa la creciente ola de apoyos: sabe que hay colonias donde menos de un 30% de habitantes paga la luz. Hombres y mujeres de todas partes acuden a las carpas para entregar una botella de agua o miel, para colaborar con mantas o mascarillas, papel higiénico o suero, o, si no tienen nada, para gritar que están con ellos, que resistan un poco más. Sabe que todo es política: desde decidir con quién vas al cine hasta regatear el precio de las tortillas. Consideró liquidarse, pero ganó su orgullo: no quiere que sus hijos le recriminen en un futuro haber permitido que sus derechos fuesen arrollados por la apisonadora gubernamental.

El sábado 26 de junio, por la noche, tras 59 días en huelga de hambre, salía Rodrigo Daniel. Vi salir a Ugal disparado (¿de dónde sacaría las fuerzas?) para tomar una última instantánea...


1 comentario:

  1. ma alejandra gutierrez villegas9 de marzo de 2012, 13:50

    mi hermano es un luchador incanzable por desgracia el gobierno le corta las aspiraciones y la libertad de defender su trabajo, hasta que el
    pueblo mexicano luche por sus ideales dejaremos de ser pueblo sometido y pauperrimo. lastima nos faltan mas años de dolor e humillaciones.

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