miércoles, 15 de septiembre de 2010
Miguel Ibarra - La Última Palabra
Sin embargo, hay cosas que merecen ser dichas. La terrible campaña mediática que se desató al acabar la huelga, campaña que primero insinuó y luego afirmó sin pudor que la huelga de hambre había sido un montaje…¡que terrible fue! Nadie, ni desde dentro del sindicato ni desde los medios, salió a defender enérgicamente el honor de los huelguistas. Pensé entonces que el silencio del sindicato sería tal vez parte de su trato con el gobierno. La verdad, ignoro sus razones. Pero lo cierto es que el sindicato realizó apenas levísimos esfuerzos por desmentir los cargos de falsedad que de todas partes llovían. Y en menos de una semana, el rumor corría como la pólvora: ¡la huelga había sido un montaje!
La huelga no fue un montaje. Para ello puedo prestar mi palabra, ante los tribunales si hace falta, de que jamás, en todo el tiempo que estuve allí (que fue mucho), tuve el menor indicio de ello. Por el contrario, tuve el discutible honor de ser testigo de la degradación física y mental de estos hombres y mujeres. Los vi adelgazar, menguar y desfallecer. Los conocí en pie y vi como poco a poco iban medrando, como los huesos se les iban marcando, como ya no tenían fuerzas para levantarse del catre, como se retorcían de dolor, con las manos sobre el estómago y los dientes apretados para hacer ver que no sentían nada. Escuché sus alucinaciones, sus imprevisibles confesiones, mantuve difíciles conversaciones con ellos. Difíciles porque ya ni siquiera eran capaces de contestar preguntas. Difíciles porque sus pensamientos derivaban en zig-zag. Los escuché alucinar con comida, mientras me desglosaban interminablemente los ingredientes necesarios para cocinar su plato favorito. Supe de sus intimidades, de sus constantes diarreas y úlceras, de los dientes que se aflojan, del corazón que se desboca.
Y entonces terminó la huelga y un informe del IMSS declaró que no habían sufrido pérdida de masa muscular y se desató el infierno mediático. Muy hábiles, en el IMSS, por cierto. Naturalmente, podían haber añadido que solo uno de la decena de huelguistas que atendieron podía técnicamente haber sufrido pérdida de masa muscular, y este era Miguel Ibarra. Que sin duda la sufrió. Los demás eran los huelguistas de la “segunda tanda” y, naturalmente, al no haber superado los sesenta días en huelga de hambre era improbable que presentasen pérdida de masa muscular. Aunque si el IMSS tuviera que acudir a los tribunales seguramente alegaría que lo que querían decir es que “la mayoría de ellos no presentaba dicha pérdida”. La mayoría, claro, con excepción de Miguel Ibarra. Un desliz. Y al fin y al cabo, como ningún médico firmó el informe de marras, ni salió a declarar públicamente prestando así su nombre y su reputación a tamaña afirmación…¿qué importa?
El IMSS tuvo además la osadía de declarar que su personal había ofrecido alimentos sólidos a los huelguistas, alimentos que estos habían aceptado, y que la ingesta no había resultado dañina, con lo cual era evidente que la huelga de hambre era una farsa. De nuevo, ningún médico firmó el informe. Y no me extraña. Resulta inconcebible y surrealista que un médico se atreviera a ofrecerle comida sólida a un huelguista de hambre con más de ochenta (o cincuenta, en el caso del segundo grupo) días de ayuno. Un hecho así constituiría una irresponsabilidad absoluta por parte del médico, y dudo mucho que nadie en el IMSS se prestara a tamaña monstruosidad. Pero de nuevo, nadie firmó el informe, nadie declaró “si, yo fui, yo le di un filete a Miguel, a sabiendas de que llevaba 86 días sin comer y se lo comió sin problemas, cómo creen”. Porque simplemente, ningún médico se prestaría a algo así, del mismo modo que ningún médico operaría con un bisturí oxidado para luego declarar “ei, vengan a ver esto, el paciente no se infectó”. ¿Se imaginan? Yo reto al IMSS a que si puede saquen a declarar a los irresponsables que hicieron algo así, y a que luego los corran de su chamba. De lo cual deduzco que, lógicamente, y como marcan las normas médicas, ningún alimento sólido les fue proporcionado (a no ser que por sólido entiendan una gelatina), y que la declaración fue burdamente amañada.
Ah, y luego está el hecho de que Cayetano no acudió al IMSS. ¡Crimen! ¡Algo ocultaba! Yo doy fe de que Cayetano había decidido a qué hospital iría al salir de la huelga mucho, muchísimo antes de que la huelga fuera levantada. Llevaba siempre consigo el papel con su voluntad escrita –por si lo sacaban inconsciente, supongo- de a qué hospital debía ser dirigido. De esto fui testigo presencial y tengo pruebas. Esparza simplemente tuvo que respetar la voluntad de Cayetano. Y qué bueno que lo hizo, viendo los resultados. Me alegro de que por lo menos él escapara a la difamación que sufrieron los demás.
¿Y todavía se creen que fue una farsa?¿Qué vale un informe sin firma?¿Qué vale un informe que presenta como pruebas supuestas acciones increíblemente irresponsables que supuestos médicos anónimos habrían llevado a cabo para demostrar la falsedad de la huelga?¿Qué vale contras los cientos de pruebas fotográficas y videográficas que demuestran que sí, que la huelga fue real, contra los testimonios de cientos de personas, contra las secuelas, algunas de ellas graves, que padecen los que participaron en la huelga?
Y Miguel Ibarra. Pienso mucho en él. En como la atención súbitamente viró hacia su persona, pero no para bien, no para reconocerle su esfuerzo y su valentía, sino para difamarlo en el momento en que más débil estaba, para verter mentiras sobre él, sobre este hombre honesto que siempre permaneció a la sombra de Cayetano, sobre este hombre que cuando todos los demás decidieron irse decidió quedarse, tal vez, imagino, para no dejar a Cayetano solo con su terrible carga, aunque jamás recibió reconocimiento mediático alguno. Miguel Ibarra, el sindicalista más honesto, el menos ambicioso, el que nunca buscó hablar conmigo, hasta que, tachados todos los nombres, solo quedó él en mi lista.
Miguel Ibarra, me acuerdo de ti. Fuiste el único de los más de treinta huelguistas con quien hablé que te permitiste hablar, sin pudor alguno, frente a tu familia. Estaban allí, junto a ti, dos mujeres. Tu hermana y tu sobrina, si mal no recuerdo. Lo que sí recuerdo es que me sorprendió. Jamás hasta ese momento había conseguido que un huelguista aceptase ser entrevistado en presencia de sus seres queridos. Por vergüenza, quizá, o por miedo, no lo sé. Pensé –lo confieso- que, por estar ellas allí no me contarías tu vida. Pero lo hiciste. Te vi entonces como creo que eres, como un hombre honesto que no tiene nada que esconder.
Me hablaste de un diario que te robaron durante la huelga. Un diario personal que un día desapareció –nunca supiste quién o por qué se lo había quedado, si fue un compañero o fue una labor de inteligencia-. Ello te causaba pena. Me hablaste mucho de Juan Carlos, de hecho, me hablaste más de él que de ti. De la admiración que sentías hacia él, de cómo poco a poco os habíais ido conociendo, de cómo él te confesó un día que ya no aguantaba más y tú diste la cara y prometiste cumplir sus días en su lugar –y lo hiciste-. Hablabas así, pausado, pensando bien en lo que decías, tratando de hacerme entender las cosas, sin adornarte ni desmeritarte. He aquí un hombre, pensé, que conoce su justo valor (y me admiré).
Me recibiste sin sorpresa, como si me hubieses estado esperando, porque quizá ya sabías que inevitablemente iba a llegar hasta ti. Y me hablaste de tu Necaxa, de la gran presa, me hablaste de tu hijo, y de tu hija, y de cómo un día esperabas que ella, y junto con ella quizá más mujeres, pudiera comenzar a trabajar en la planta. Y lo decías así, sin pretensiones, como un hombre que no entiende por qué las mujeres de Necaxa se van a trabajar lejos de su tierra, cuando en Necaxa hay trabajo de sobras –había- y que ya es hora que ellas también sean ingenieras y electricistas.
Me hablaste de que te costaba estar sentado, de que no te gustaba encoger los hombros y agachar la cabeza, pero que ahora ya no aguantabas erguido (y yo, que nunca he sabido tenerme erguida en las sillas, me incorporé un poco, con algo de vergüenza). Me hablaste de tus compañeros de trabajo, del trabajo en el fondo de la planta generadora, donde el ruido es tan alto que los hombres hablan por signos en una eterna conversación silenciosa. Y entonces me fijé en tus gestos, los gestos de un hombre acostumbrado a hablar con las manos. De cómo ibas silbando a trabajar, de cómo te habías presentado al puesto de representante sindical porque vuestro líder no hacía las cosas bien, y habías ganado.
Pero lo que no me esperaba, lo que realmente me conmovió, fue cuando me dijiste que a pesar de tu puesto en el sindicato continuaste trabajando en la planta, y que preferías hacer las gestiones sindicales al acabar tu trabajo, como horas extras. Porque tú –como yo- creías firmemente que un sindicalista que no trabaja en el tajo no puede representar verdaderamente a sus compañeros. Y tú eras –eres- ante todo un hombre trabajador.
Me hablaste luego, triste, sobre los hombres que habían llegado para substituirte a ti y a tus compañeros. De las decenas de veces que oíste sonar la sirena de la ambulancia durante estos últimos meses, cuando en tu planta hacía años que no ocurría un accidente, y te estremeciste por ellos, esos hombres que se llevaron en la ambulancia –no sabes con certeza si vivos o muertos, pero sospechas que muertos-. Y vi que eras un hombre íntegro, uno de esos hombres que no necesitan siquiera hablar en términos de “revolución” o “justicia social” porque llevan una sólida e innombrable convicción en el alma, que demuestran sus convicciones con actos más que con palabras.
Y siento mucho, Miguel, que la prensa haya caído a traición sobre ti, que te hayan vapuleado sin saber quien eras. A ti, como a todos tus compañeros, tanto los que realizaron la huelga de hambre como los que no. A ti, de quien no conté su historia en su momento, a ti que siempre te moviste en la sombra, sin buscar protagonismo, como un actor secundario y que de repente te viste convertido, sin saber por qué, en el malo de la película. Y quisiera, Miguel, que sepas que espero que tus daños no hayan sido irreversibles, que espero que encuentres algún día tu diario, que espero que puedas regresar silbando al trabajo y volver a hablar en silencio con tus compañeros, que tu hija, si quiere, pueda ser tal vez ingeniera, que espero que algún día todos los sindicalistas sigan tu callado ejemplo de representar a sus compañeros no desde una oficina, sino codo con codo, trabajando con ellos, como hacías tú.
Y que pese a todos los malos tragos, pese a lo difícil que ha sido, pese a que no he logrado cambiar mucho –casi nada, de hecho-, quisiera deciros que ha sido un honor estar con vosotros, que ha sido un privilegio, un privilegio enorme, haber podido escuchar vuestras historias y haber recibido vuestra inmerecida confianza. Sé que cometisteis errores y también sé que a pesar de ello no merecíais lo que os sucedió, y espero –de verdad lo espero- que ganéis vuestra lucha, porque es justa. Y también quiero que sepáis que –solo para que conste en acta- fue la hija de un electricista quien contó vuestras historias.
Pero la última palabra la tendréis vosotros.
El 15 de Setiembre de 2010, feliz bicentenario de la independencia.
sábado, 24 de julio de 2010
El mensaje
Gracias. Me levanté de la huelga. Pero si en 5 días no hay solución me plantaré de nuevo en huelga. La huelga está en receso. No se preocupen, no les fallaré. Corre la voz. Saludos.
Nota: ante la gran polémica que ha levantado la transcripción de este mensaje, considero procedente hacer un par de anotaciones sobre el mismo:
1) El mensaje fue recibido desde el número de Cayetano. Esto está fuera de cualquier duda y es comprobable.
2) El ingeniero Cayetano ha rechazado por el momento tanto confirmar como desmentir la veracidad del mismo. Cabe por lo tanto contemplar la posibilidad de que se haya tratado de algún tipo de suplantación.
3) Teniendo en cuenta esta última posibilidad -que se trate de una suplantación- considero procedente por el momento no publicar ni comentar más comunicaciones recibidas desde ese número hasta que se resuelva el asunto.
4) Por lo que respecta al mensaje original, permanecerá en el blog con fines informativos (puesto que tanto si es auténtico como si no su contenido tiene cierta relevancia), a no ser, claro está, que el principal interesado me comunique por fuente confiable su deseo explícito de que lo retire de la página o bien desmienta su autoría.
A los lectores del blog les agradezco su confianza y les comunico que hice llegar al ingeniero, tal como solicitaban, la petición de un comunicado oficial.
Por mi parte me limito a hacer un llamado a la calma y reitero mi compromiso con la veracidad informativa.
atentamente,
lunes, 19 de julio de 2010
Contaré tu historia
Un día llegué al campamento para entrevistar al último huelguista que quedaba en mi lista: Miguel Márquez. Apenas me alcanzó el tiempo para ver salir a la ambulancia que se lo llevaba. Solo me quedaba una tarea pendiente: poner por escrito la historia de Miguel Ibarra, el último huelguista de hambre a quien había entrevistado. Era viernes cuando se llevaron a Miguel Márquez frente a mis narices. Aquél día -precisamente aquél día en que venía a darme cuenta que mi tarea tocaba ya a su fin sin que se vislumbrase ninguna solución en el horizonte- el SME me cerró el paso. La barrera de la entrada no se abrió ese viernes para mí ni para nadie. Sólo familiares, contestó lacónico el vigilante. Como si no me conociera. Como si no nos hubiéramos saludado decenas de veces. Lo siento, se disculpó al fin, al darse cuenta de que yo acusaba el golpe, son órdenes del sindicato. El sindicato se retraía pues en su caparazón y expulsaba a los extraños en su periodo de silencio y reflexión. Pero yo no me sentía una extraña, no quería ser una extraña. ¿Acaso no sabían que yo sufría con ellos, que peleaba hombro a hombro con ellos, que esperaba con ellos, que arriesgaba mi integridad por ellos? ¿Acaso no sabían cuántos sinsabores me ha reportado estar con ellos, cuánta paranoia, cuánto dolor? No, tal vez no lo sabían. Y el paso estaba, aquél viernes, cerrado para todos los extraños.
Yo no era una de ellos. Eso era estrictamente cierto. Si ganaban la lucha, yo no recuperaría ningún empleo. Pero si perdían, mi nombre quedaría tan estigmatizado como el de ellos. También yo estoy boletinada, pensé entonces con amargura. Tampoco a mí me querrá contratar nadie, jamás. ¿Por qué embarré mi nombre en esto? ¿Por qué vine a prestar mis palabras, que nada han logrado cambiar, en una lucha que no era la mía? ¿Por qué llamé a puertas que no me correspondían y pedí, supliqué, grité y exigí ayuda aún a sabiendas que solo recibiría indiferencia? ¿Por qué, si no soy una de ellos, ni siquiera de esta ciudad, ni siquiera de este continente? Así, cabizbaja, abandoné el campamento. Y no escribí la historia de Miguel Márquez, ni tampoco la de Miguel Ibarra. No pude. No quise. Que se joda el sme, pensé. Que se jodan los mexicanos. Si quieren regalar su soberanía energética a Iberdrola ¿quién soy yo para oponerme? Si prefieren creer que LyFC fue cerrada por una ineficiencia tan improbable como improbada, ¿a mí qué más me da? Al fin y al cabo yo soy española. Debería estar del lado de Iberdrola. Que se jodan todos. Ciao. Goodbye. Aufwiedersehen.
Pasaron los días. La Suprema Corte dio un fallo contrario al SME. Yo estuve allí cuando el silencio se extendió frente a la Corte, un silencio espantoso, frío, incrédulo. Estuve allí, pero todavía no escribí la historia de Miguel Ibarra, aunque pensé en él. Los días pasaron y los huelguistas de hambre decidieron, en asamblea, irse. Me avisó uno de ellos por mensaje. Pero todavía pensé: no es mi problema. Yo no soy una de ellos. Luego, tras el susto del falso rumor, acudí una vez más al campamento. Un campamento lleno de caras nuevas, desconocidas, con las que yo no quería tener nada qué ver. Sólo dos huelguistas conocidos permanecían allí: Cayetano y Miguel Ibarra. Como si fuese un castigo para mi consciencia por no haber contado su historia, allí estaba Miguel Ibarra. Entendía por qué Cayetano, único huelguista del primer día, permanecía allí. Él es el marcador de los días –tremenda presión, Cayetano-. Pero, ¿y Miguel? ¿Por qué tú?
Allí me senté, junto a Cayetano, y un huelguista desconocido acudió a contarme su historia. Hugo, dijo llamarse. No tuve el coraje de decirle que no valía la pena que me contara nada, que no lo escribiría, que me había rajado, que ya no quería seguir. Que todo esto me causa demasiada pena. Se sentó junto a mí y comenzó a hablar sin que yo le hiciera ninguna pregunta. ¿Por qué me hablas? No te conozco. No quiero conocerte. Quiero ser, también yo, indiferente (tal vez así me ahorre el dolor). Me habló de Dios y de su hijo. De antes de entrar a la huelga. De cómo un día, desesperado, le pidió ayuda a Dios -¿cuántas veces no he escuchado ya esta historia? y ¿será que Dios está sordo?-. Ya échame una manita, ¿no? Esto está muy rudo. Dame al menos un signo de que esta lucha vale la pena. De que estoy haciendo lo correcto. Y Dios, nada, callado. Aquél día se quedó tendido en la cama. Sin ganas de ir a ningún lado. Fin. Se acabó. No hay nada que hacer. En esas llegó su hijo –un niño de cinco años-.
-Papá, ¿no vas a ir a trabajar?
-¿Pues que no ves que ya no tengo trabajo? (Enojado: palabras demasiado duras para un niño, tal vez. Se arrepiente ahora).
-Si papá, si tienes trabajo. (El niño, sorprendido, no entiende el desánimo de su padre) Tienes que ir a pelear, ¿no? Ese es tu trabajo. ¿O quieres que gane Calderón? Adiós papá, me tengo que ir, hasta luego. (El niño sale de escena, el padre queda pensativo, fin de la secuencia).
El padre, fulminado por un rayo, contempla a su hijo. ¿Un milagro? ¿La voz de Dios? ¿El mensaje que espera? Recuerda entonces por qué lucha. Recuerda cuál es su trabajo. Recuerda que no es el resultado lo que importa. Recuerda que el día que deje de luchar por lo que es justo morirá. A la periodista (periodista. Qué palabra tan fría. Mujer, ser humano, compañera de lucha, miedos y esperanzas, pero llamémosla así, para facilitar la comprensión del texto) se le escapa un lagrimón que enseguida queda oculto por el cubre bocas (mejor así). Y recuerda entonces que ella también está aquí porque debe estar aquí. Recuerda entonces cuál es su trabajo. Recuerda que le debe a su público (aquellos lectores que la han acompañado en su viaje, que la han confortado en los momentos más duros, lectores queridos, sí, tan queridos) aún una última historia. La de Miguel Ibarra.
Contaré tu historia, Miguel.
jueves, 1 de julio de 2010
Ugal II - la carpa ciega
Se fue Ugal. Lo conocí el sábado 22 de mayo. Él andaba entonces por los veinte días de huelga de hambre y se veía aún saludable. Con el tiempo, aprendí a conocerlo mejor. Durante cuarenta días, yo continué yendo al campamento. Él seguía allí. Su rostro cambió: parecía más joven, y también más frágil. Aprendió a tuitear y se convirtió en un referente en las redes sociales. El huelguista de hambre que tuiteaba desde el Zócalo, en vivo y en directo para el mundo. La tarea lo absorbía y lo motivaba. Tal vez –pienso ahora- ha sido su tarea vital de comunicador la que le ha dado las fuerzas para continuar su huelga. Su deseo por informar. Poco a poco, se armó su pequeño estudio de comunicaciones en la carpa: juntó una mesa, una laptop y unos cascos. Siempre fue un bromista. Incluso hoy, cuando no pudo soportar más el dolor, se permitió despedirse con una broma. Ahora regresa a casa con su esposa y sus hijos. Superó con creces su objetivo: 20 kilos o 40 días. Cumplió 62 días.
Tal vez no debería contaros nada de esto. Y sin embargo, su partida me quiebra a mí también un poco. Con él no sólo se va un amigo –y uno de los huelguistas que conocí en los primeros días de la huelga- sino también el enlace de la carpa con el mundo. La carpa de huelguistas está ciega y sorda ahora hasta que otra persona retome el lugar de Ugal. Y yo resiento su ceguera. Me había acostumbrado tal vez al vínculo invisible que suponía la presencia de Ugal. Él tomaba fotos, contaba cosas, respondía a preguntas. Sé que en los últimos días Ugal andaba preocupado. No podía evitar preguntarse qué ocurriría con esa comunicación si él tenía que irse. Tampoco podía evitar pensar en cómo sería su salida. ¿Quién la reportaría, si él era el reportero? ¿Saldría él en silencio?¿No habría nadie para despedirlo a él?
En esto último, Ugal se equivocó. Él reportó su propia salida. Yo no tenía conexión a internet en ese momento. Y sin embargo, alguien se apiadó de mi ceguera y me mandó el mensaje por vías más convencionales. Que Ugal se va, me dijeron. Nos dejaron sin comunicación con la carpa, pero aún así el mensaje llegó. Hay otras vías, otras maneras. La carpa no está todavía ciega y sorda mientras quede gente que quiera saber qué ocurre. Y quedan muchos. Miles, a juzgar por la multitudinaria presencia en la marcha de esta tarde, 1 de julio.
Y me pregunto ¿Cómo será ahora su vida? ¿Lo volveré a ver? ¿Quién hará sonar ahora el himno de los electricistas, la tarea que siempre fue de Ugal? ¿Qué habrá sido de la rosa que alguien le trajo para decorar su escritorio portátil? ¿Habrá acabado de ver la película de El Violín? ¿Soportarán Richard y Rafa, sus compañeros de carpa, el vacío que deja Ugal tras de sí? Respiro tranquila, porque él está a salvo, y oculto una lágrima, porque lo echaré de menos. Aunque tal vez, con su extraño vínculo a través de internet, Ugal sea, precisamente, la única persona que no se irá nunca del todo de la carpa…
Día 68 - una simple imagen
Fila de arriba, de izquierda a derecha: Miguel M., Goyo, Caro, Carlos y Nati.
Fila de abajo, de izquierda a derecha: Ricardo, Rafa, Ugal, Miguel I., Miguel P., Cayetano.
Si miran bien la foto, verán que los once huelguistas han guardado un orden casi mítico en la toma de la imagen. Resulta curioso que lo hayan hecho en el orden inverso en que se suelen describir las fotografías. Abajo y a la derecha comienza la foto con Cayetano (25 Abril) y Miguel P. (28 de Abril) -ambos de la Carpa I-. Siguen, abajo y recorriendo la foto hacia la derecha, Miguel I. (29 Abril), Ugal (30 Abril), Rafa (30 Abril) y Ricardo (30 Abril) -los cuatro restantes de Carpa II y Carpa III-. En la fila de arriba están los hombres y mujeres que entraron en 3 de Mayo: Nati, Carlos, Caro, Goyo y Miguel M.
Resulta también extrañamente estético que la única nota de color la ponga el taburete central (el de Ugal), de un violento color naranja, y la playera roja de Nati. Antes -días antes, siglos antes- recuerdo que los huelguistas solían vestirse con desafiantes prendas rojas. Ahora no. Tal vez es por que el día está lluvioso, o tal vez porque los colores, después de tantos dias sin comer, con el cuerpo deshecho, ya no les importan tanto.
Y aunque no estuve ahí cuando tomaron la foto, intento imaginar qué piensa cada uno, que me revela su rostro. Sin duda -de eso estoy casi segura- tomaron la foto a instancias de Ugal, con su teléfono móvil (y ¿quién la tomó? ¿otro huelguista? ¿alguien del personal de apoyo?¿una visita?). No debió ser nada fácil -cansados como están, languideciendo sobre sus catres- reunirlos a todos. Distingo la expresión combativa de Ugal (en el centro) y Ricardo (abajo a la izquierda, como buen revolucionario), y la expresión todavía ilusionada, pero endurecida ya por el paso de los días, de Rafa.
La expresión altiva y orgullosa de las dos muchachas, Caro (centro) y Nati (derecha, arriba).
-¿Cómo me ves?- me pregunta siempre Nati, desafiante
-Flaca- contesto invariablemente. Y Nati se ríe.
¡La terquedad de Nati!, ¡la dulzura de Caro! Qué extraño equipo. No se parecen en nada pero se entienden muy bien. Se han hecho muy amigas aquí, en su carpa.
Cayetano (abajo, derecha) , convertido tal vez sin quererlo en el símbolo de esta lucha. Tal vez terriblemente solo bajo el peso de la admiración de tantos. Cayetano, una roca, que dice que no se va. Junto a él Miguel, con rictus de dolor, que esconde sus malestares para resistir un día más. Miguel, capaz de tocar el corazón de la gente con sus bromas, Miguel, que da consuelo a todos y no se reserva ninguno para él. Y junto a él, al lado de Ugal, otro Miguel (I.), que administra sus menguadas fuerzas para cumplir con una promesa que le honra...
Y arriba en la esquina izquierda, el misterioso Miguel M. ¡Qué delgado está! No era así cuando lo conocí. ¿Qué fuerza lo mantiene en pie? Lo ignoro, pero percibo que debe ser muy poderosa. Y junto a él, sus compañeros de carpa. Goyo, flanqueando a Caro, resistiendo los embates del tiempo. Y Carlos: con que fuerza cierra el puño, qué tensión en su gesto...
Isa se fue. La valiente y hermosa Isa. Isa y sus colores, rosa y negro. Isa, que tanto echa de menos a su padre, que lucha en su nombre para rescatar el significado de su identidad. Sé que no quería irse. Y sus compañeros, viendo terquedad, su negativa, sus dudas, fueron a hablar con ella, que se retorcía de dolor, para convencerla de que debía salvar su vida...
martes, 29 de junio de 2010
Isaías - día 66
Nombre: Isaías Vázquez Guzmán
Huelga de hambre: 29 de abril – 27 de junio de 2010
Edad: 40 años
Puesto en LyFC: Cables Subterráneos – Instalación y mantenimiento
Se llama Isaías. Es hermano de Lupita. Sí, se parecen. Los mismos huesos finos, los mismos hermosos ojos rasgados, casi orientales, la misma voz suave. Y sin embargo ¡qué vidas tan distintas han tenido! Él es hombre. Ella es mujer. Se llevan apenas dos años de diferencia. Han cargado ambos con el machismo exacerbado de su padre. A ella, Lupita, su padre le puso todas las trabas del mundo para entrar a LyFC. A él, Isaías, prácticamente le obligó. Isaías no habla mucho de su trabajo. Trabaja en Cables Subterráneos, en instalación y mantenimiento (instalación y amontonamiento, dice, y se ríe, supongo que debe ser una broma común entre los hombres que trabajan en esta sección). Es evasivo y se da un aire a una esfinge egipcia, tal vez por lo misterioso y enigmático. Responde sólo a lo que quiere. Cuando le pregunto si él es el hermano que ayudó a Lupita a enfrentar a su padre, sólo sonríe. No sé interpretar su respuesta.
No lo había visto hasta ahora. Su catre está atrás de todo, y él siempre anda leyendo. Será nuestra primera y última conversación en la carpa, porque el domingo, antes de que comience el fatídico juego México-Argenina, Isaías se irá. Al contrario que Lupita, no regresará a casa de su madre, sino a la de su compañera, con quien vive. La echa de menos. Ella es tal vez su único punto débil, el único flanco por donde se permite dudar, temer y esperar. Mientras la relación de su hermana naufragaba bajo el oleaje revuelto del caso LyFC la suya se fortaleció. Paradojas de la vida. Por como habla de ella me doy cuenta, también, que a pesar de todo Isaías no es de hierro. Aunque a veces pueda parecerlo. Él es un hombre que se ha construido a sí mismo. Abandonó los estudios muy joven para retomarlos más tarde, ya en LyFC. A base de puro esfuerzo consiguió no solo acabar la prepa sino también una licenciatura en Matemáticas y una maestría en Inteligencia Artificial, todo eso mientras trabajaba. Comenzó, también, la licenciatura en Arquitectura, que ahora se plantea terminar. Sí, no cabe duda que Isaías es un hombre que se ha hecho a sí mismo –con ayuda del sindicato, esto es-. Procedente de una familia humilde, LyFC le dio la oportunidad de enmendar sus errores y construirse su vida ladrillo a ladrillo.
No le gusta nada el futbol. Prefiere la lectura. Cuanto más grande es la pantalla –dice, y señala hacia la enorme pantalla del Fifa Fan Fest- más grande es la mentira, más grande lo que tratan de esconder. Se revuelve, dolido, ante la escandalera del Mundial que ha aprendido a ignorar. A las seis de la mañana empieza el terrible ruido. Luego, después de los partidos, comienzan las misteriosas obras del Palacio Nacional o los conciertos en el Zócalo. Una auténtica tortura para un hombre, que, como él, ama el silencio y la quietud de su casa. Dice que aquí, en la lucha del SME, ha aprendido de nuevo las viejas lecciones de humildad y nobleza. Porque él, como tantos otros mexicanos, creyó verdaderamente que su vida estaba solucionada, que nunca tendría que pedir la ayuda de nadie, que no necesitaba de los demás. Ahora sabe que se equivocó, como se equivocan los que, como él hizo un día, permanecen todavía en sus casas, la puerta cerrada, viendo la tele o leyendo un libro porque esto no va conmigo. Y sin embargo, todos caerán tras el sindicato más antiguo de México, el más poderoso, el único capaz todavía de hacerle frente al gobierno. ¿Acaso no se dan cuenta? Y cuando eso ocurra ¿quién quedará para venir en su ayuda…?
Su maestro de ciencias naturales, don Servando, dijo un día una frase que no lo abandonó nunca. Dijo que estamos siendo y dejando de ser al mismo tiempo. Ahora la frase, sugerente y enigmática, regresa para revelarse bajo una nueva luz. Mientras su cuerpo se deshace, su mente se reacomoda y crece. Acaba de leerse El Retrato de Dorian Gray. Oscar Wilde tiene mucho éxito en esta huelga de hambre, o tal vez es simple casualidad. Ellos y ellas, los y las huelguistas de hambre, vinieron a cambiar el mundo para darse cuenta que antes tendrían que cambiar ellos mismos. Y cambiaron. Ninguno de estos hombres y mujeres es el mismo que cuando entró a la huelga de hambre. Porque como dijo don Servando, están siendo, pero también están dejando de ser. ¿Qué serán, cómo serán cuando abandonen este lugar? ¿Cuánto habrán cambiado? ¿Serán mejores o peores personas? ¿Quedarán transformados para siempre en héroes, como retratos, como Dorian Gray, atrapados en el mural petrificado de su propia leyenda? ¿O serán -como la golondrina del Príncipe Feliz- incansables mensajeros de la injusticia en busca siempre nuevos horizontes? Y tal vez, lo más importante: ¿qué seremos nosotros cuando esto termine? ¿qué seré yo? ¿qué serás tú? Preguntas inquietantes para las que no tengo respuesta. Isaías tal vez sonreiría con su enigmática sonrisa…
domingo, 27 de junio de 2010
Día 64 - los doce jugadores
Ahora son doce. En menos de 24 horas han perdido a dos de sus mejores jugadores: Rodrigo Daniel e Isaías. Nueve hombres y tres mujeres que llevan entre 64 y 58 días en huelga de hambre. Los conocéis ya a casi todos. Conocéis al ingeniero Cayetano, orgulloso padre de dos hijas, siempre flanqueado por su inquebrantable esposa. Conocéis a Miguel Pérez, irreductible soltero y fan de Brasil, tan alegre y bromista como esquelético. No conocéis todavía a Miguel Ibarra, el último integrante de la Carpa 2, pero espero que lo conozcáis pronto. Conocéis a los irreductibles integrantes de la Carpa 3: al combativo Ricardo, que no da su brazo a torcer; a Rafa, siempre tan sereno y optimista, en representación del grupo de Laboratorios, y al ingeniero Ugal, que se mantiene en permanente comunicación con el resto del mundo a través de facebook y twitter (@ugaling). Conocéis a los integrantes de la Carpa 4, la carpa de los líderes sindicales, también llamada jocosamente “carpa de los grillos”, donde están Carlos, a quien conocisteis en la última entrega, Goyo, el representante de Tlahuelilpan y Miguel Márquez, el subsecretario de Necaxa. Y conocéis, desde luego, la carpa de las mujeres. Un día fueron diez, pero ahora solo tres permanecen: las más jóvenes, Isa, Nati y Carolina.
Ahora son doce. Hace sesenta y cuatro días eran ochenta y tres. Han sido primero ignorados y luego insultados y difamados por los grandes medios, esos mismos medios que manejan los enormes intereses de la fibra óptica que le fuera arrebatada a LyFC en nombre de una ineficiencia que se ha quedado diminuta comparada con las recientes hazañas de la CFE. Han resistido los embates del hambre, de la presión familiar, de los ruidos constantes con que los obsequia el Gobierno del Distrito Federal, de todos los malestares, del silencio y las infamias, del desánimo, de la desilusión y la desesperanza. Pero el silencio ha terminado. Son doce y conoces sus nombres. Los conoces a ellos: sus pensamientos, sus recuerdos, sus motivos. Cayetano. Miguel Pérez. Miguel Ibarra. Ricardo. Rafa. Ugal. Carlos. Goyo. Miguel Márquez. Isabel. Natividad. Carolina. No olvides sus nombres, concédeles al menos eso, porque están aquí, ofreciendo su vida, para defender la soberanía de tu país.