Todos los caminos de la ciudad de México llevan al Zócalo, pero para cada persona el camino es distinto. Yo llegué hasta aquí buscando historias. Aquí, en el centro de la ciudad de México, bajo un sol inclemente o bajo las súbitas tormentas de la temporada de lluvias que amenazan con inundar las carpas de los huelguistas, hablo con los trabajadores y trabajadoras de Luz y Fuerza del Centro que se mantienen en huelga de hambre en su lucha para recuperar su empleo. Contra los grandes medios de comunicación y contra el reloj que avanza en su contra. Estas son sus historias.

lunes, 19 de julio de 2010

Contaré tu historia

Un día llegué al campamento para entrevistar al último huelguista que quedaba en mi lista: Miguel Márquez. Apenas me alcanzó el tiempo para ver salir a la ambulancia que se lo llevaba. Solo me quedaba una tarea pendiente: poner por escrito la historia de Miguel Ibarra, el último huelguista de hambre a quien había entrevistado. Era viernes cuando se llevaron a Miguel Márquez frente a mis narices. Aquél día -precisamente aquél día en que venía a darme cuenta que mi tarea tocaba ya a su fin sin que se vislumbrase ninguna solución en el horizonte- el SME me cerró el paso. La barrera de la entrada no se abrió ese viernes para mí ni para nadie. Sólo familiares, contestó lacónico el vigilante. Como si no me conociera. Como si no nos hubiéramos saludado decenas de veces. Lo siento, se disculpó al fin, al darse cuenta de que yo acusaba el golpe, son órdenes del sindicato. El sindicato se retraía pues en su caparazón y expulsaba a los extraños en su periodo de silencio y reflexión. Pero yo no me sentía una extraña, no quería ser una extraña. ¿Acaso no sabían que yo sufría con ellos, que peleaba hombro a hombro con ellos, que esperaba con ellos, que arriesgaba mi integridad por ellos? ¿Acaso no sabían cuántos sinsabores me ha reportado estar con ellos, cuánta paranoia, cuánto dolor? No, tal vez no lo sabían. Y el paso estaba, aquél viernes, cerrado para todos los extraños.

Yo no era una de ellos. Eso era estrictamente cierto. Si ganaban la lucha, yo no recuperaría ningún empleo. Pero si perdían, mi nombre quedaría tan estigmatizado como el de ellos. También yo estoy boletinada, pensé entonces con amargura. Tampoco a mí me querrá contratar nadie, jamás. ¿Por qué embarré mi nombre en esto? ¿Por qué vine a prestar mis palabras, que nada han logrado cambiar, en una lucha que no era la mía? ¿Por qué llamé a puertas que no me correspondían y pedí, supliqué, grité y exigí ayuda aún a sabiendas que solo recibiría indiferencia? ¿Por qué, si no soy una de ellos, ni siquiera de esta ciudad, ni siquiera de este continente? Así, cabizbaja, abandoné el campamento. Y no escribí la historia de Miguel Márquez, ni tampoco la de Miguel Ibarra. No pude. No quise. Que se joda el sme, pensé. Que se jodan los mexicanos. Si quieren regalar su soberanía energética a Iberdrola ¿quién soy yo para oponerme? Si prefieren creer que LyFC fue cerrada por una ineficiencia tan improbable como improbada, ¿a mí qué más me da? Al fin y al cabo yo soy española. Debería estar del lado de Iberdrola. Que se jodan todos. Ciao. Goodbye. Aufwiedersehen.

Pasaron los días. La Suprema Corte dio un fallo contrario al SME. Yo estuve allí cuando el silencio se extendió frente a la Corte, un silencio espantoso, frío, incrédulo. Estuve allí, pero todavía no escribí la historia de Miguel Ibarra, aunque pensé en él. Los días pasaron y los huelguistas de hambre decidieron, en asamblea, irse. Me avisó uno de ellos por mensaje. Pero todavía pensé: no es mi problema. Yo no soy una de ellos. Luego, tras el susto del falso rumor, acudí una vez más al campamento. Un campamento lleno de caras nuevas, desconocidas, con las que yo no quería tener nada qué ver. Sólo dos huelguistas conocidos permanecían allí: Cayetano y Miguel Ibarra. Como si fuese un castigo para mi consciencia por no haber contado su historia, allí estaba Miguel Ibarra. Entendía por qué Cayetano, único huelguista del primer día, permanecía allí. Él es el marcador de los días –tremenda presión, Cayetano-. Pero, ¿y Miguel? ¿Por qué tú?

Allí me senté, junto a Cayetano, y un huelguista desconocido acudió a contarme su historia. Hugo, dijo llamarse. No tuve el coraje de decirle que no valía la pena que me contara nada, que no lo escribiría, que me había rajado, que ya no quería seguir. Que todo esto me causa demasiada pena. Se sentó junto a mí y comenzó a hablar sin que yo le hiciera ninguna pregunta. ¿Por qué me hablas? No te conozco. No quiero conocerte. Quiero ser, también yo, indiferente (tal vez así me ahorre el dolor). Me habló de Dios y de su hijo. De antes de entrar a la huelga. De cómo un día, desesperado, le pidió ayuda a Dios -¿cuántas veces no he escuchado ya esta historia? y ¿será que Dios está sordo?-. Ya échame una manita, ¿no? Esto está muy rudo. Dame al menos un signo de que esta lucha vale la pena. De que estoy haciendo lo correcto. Y Dios, nada, callado. Aquél día se quedó tendido en la cama. Sin ganas de ir a ningún lado. Fin. Se acabó. No hay nada que hacer. En esas llegó su hijo –un niño de cinco años-.

-Papá, ¿no vas a ir a trabajar?

-¿Pues que no ves que ya no tengo trabajo? (Enojado: palabras demasiado duras para un niño, tal vez. Se arrepiente ahora).

-Si papá, si tienes trabajo. (El niño, sorprendido, no entiende el desánimo de su padre) Tienes que ir a pelear, ¿no? Ese es tu trabajo. ¿O quieres que gane Calderón? Adiós papá, me tengo que ir, hasta luego. (El niño sale de escena, el padre queda pensativo, fin de la secuencia).

El padre, fulminado por un rayo, contempla a su hijo. ¿Un milagro? ¿La voz de Dios? ¿El mensaje que espera? Recuerda entonces por qué lucha. Recuerda cuál es su trabajo. Recuerda que no es el resultado lo que importa. Recuerda que el día que deje de luchar por lo que es justo morirá. A la periodista (periodista. Qué palabra tan fría. Mujer, ser humano, compañera de lucha, miedos y esperanzas, pero llamémosla así, para facilitar la comprensión del texto) se le escapa un lagrimón que enseguida queda oculto por el cubre bocas (mejor así). Y recuerda entonces que ella también está aquí porque debe estar aquí. Recuerda entonces cuál es su trabajo. Recuerda que le debe a su público (aquellos lectores que la han acompañado en su viaje, que la han confortado en los momentos más duros, lectores queridos, sí, tan queridos) aún una última historia. La de Miguel Ibarra.

Contaré tu historia, Miguel.

4 comentarios:

  1. Entre el 2 de julio, el 3, el 4 y todos los dias entraba para leer tus historias, para enterarme de lo que esta gente esta sufriendo y no habia nada, me entristeci y no sabia el porque habias dejado de escribir, pero te doy las gracias por seguir compartiendo estas historias y por robarnos un suspiro, por arrancarnos una lagrima de nuestros duros corazones, mil gracias por seguir escribiendo.

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  2. En algún momento me decepcionó que no hubieras concluido con tu tarea, ahora te entiendo. Todos nos hemos hecho la misma pregunta ¿tiene algún caso seguir? y al menos yo llego a la conclusión, el día que deje de luchar por lo que es justo moriré

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  3. ...gracias por seguir, gracias por contar éstas historias.

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  4. ...gracias por seguir, gracias por contar éstas historias

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