Nombre: Cuautémoc Serrato Salinas
En huelga desde: 27 de Abril
Edad: 48 años
Puesto en LyFC: Ayudante de agente foráneo; Subsecretario del Interior del SME en Cuernavaca
Amanezco con la firme determinación de no contarles que el jueves, segundos después de publicar la historia de Beatriz, se fue la luz. No regresó hasta el día siguiente, momento en el cual pude, finalmente, acabar de escribir y publicar –tarde, claro está- la historia de Roberto. En el largo lapsus de oscuridad perdí también algunos trabajos de video, la lavadora quedó detenida en el tiempo y nos quedamos sin cubitos de hielo, pero eso eran inconveniencias menores. Apenas publicada la historia de Roberto me llegó noticia de que éste había sido trasladado a un hospital. Ya nunca pude entregarle la copia de su entrevista ni pasar a darle, al menos, las buenas tardes. Donde sea que esté Roberto, espero que esté bien, que esté mejor. El sábado tenía un compromiso ineludible que me llevó lejos de los huelguistas, pero gracias a la electricidad prestada del único enchufe de un puesto de barbacoa situado a pie de autopista en mitad de ninguna parte pude terminar la historia de Marco, aunque no la pude postear hasta varias horas después, cuando tomé por asalto –metafóricamente hablando- la señal de un Starbucks de León para lanzar la historia desde mi ordenador hasta el mundo de internet. El domingo recibí por internet una colaboración desde el campamento del SME y la publiqué en el blog. De regreso al distrito federal soy recibida por una nueva oleada de oscuridad y lluvia. No hay luz en mi casa. Habrá que esperar hasta hoy para poder escribir la historia de Cuauhtémoc.
Pocas cosas hay más difíciles que tratar que un sindicalista te cuente su vida. Así que cuando Cuauhtémoc abre nuestra sesión contándome que él fuera subsecretario del Interior del SME en Cuernavaca oculto mi mueca de desespero tras el cubrebocas azul que hoy me han obligado a ponerme –además del reglamentario lavado de manos con gel a la entrada del campamento-. Es la primera vez que me toca ponerme cubrebocas. No es, en cambio, la primera vez que me enfrento a un sindicalista hambriento, pero Cuauhtémoc no es un simple representante, sino un subsecretario. Resulta difícil hacer comprender a los huelguistas que no busco dar a conocer sus opiniones políticas, sino sus vidas. Los mal llamados medios de comunicación les han enseñado –a ellos y al resto de habitantes del planeta- que sólo las opiniones políticas son dignas de ser noticia. Ay, si yo fuera Cristina Pachecho, ¡todo sería más fácil! Voy a enfrentarme, pues –de nuevo- a un sindicalista. Sé que él tratará de llevarme al huerto de las revoluciones sociales mientras que yo lucharé por ablandar su coraza y lograr que me cuente sus memorias de infancia. Confieso por adelantado que ganó Cuauhtémoc.
Cuauhtémoc no es el tipo de persona a quien te imaginarías participando en una huelga de hambre. Guapo, atlético y fiestero, es extrovertido y derrocha simpatía y buen humor a pesar de la tristeza que poco a poco, como una lenta marea, amenaza con invadir la carpa. A pesar de que lleva ya casi un mes en huelga de hambre luce todavía músculos impresionantes, pero está más que dispuesto a sacrificarlos con tal de recuperar su trabajo y sus sueños. Lo tenía todo planeado: acabaría de pagar sus préstamos en los próximos seis años, el tiempo que le falta para jubilarse. Lleva toda la vida trabajando duro para, al acabar su vida laboral, poder ser el feliz propietario de dos casas en Cuernavaca y poderlas rentar. Se jubilaría entonces en Playa del Carmen, donde viviría tranquilo y feliz el resto de su vida sin deberle nada a nadie. Le faltaba poco, muy poco, para poder cumplir su sueño. Ahora, en mitad de la tormenta, es poseedor de dos préstamos impagables. Tampoco puede pagarle ya la licenciatura a su hijo, quien pronto tendrá que abandonar su escuela de Comunicación. Cuauhtémoc no hace ningún esfuerzo por disimular que siente un hambre desesperante. Dice que por alguna extraña razón ha venido soñando con hot dogs. Es extraño porque ni siquiera es su comida favorita. Pero en cuanto cierra los ojos ve aparecer montañas de sabrosos hot dogs con sus nítidas líneas paralelas de cátsup y mostaza sobre la salchicha. Dice que todo le duele, hasta las mismísimas incrustaciones de las muelas, que se le han ido aflojando con la continua pérdida de masa corporal. Mientras los demás dormitan en sus catres, Cuauhtémoc camina arriba y abajo, se levanta, se sienta, habla y ríe. Él es puro nervio y se le hace difícil estar sentado. Parece un tigre atrapado en la jaula de sus ideales.
Su rostro alegre y expansivo se oscurece al recordar la noche del diez de octubre. Estaba viendo el fútbol con su familia, los seis hermanos y sus respectivos hijos, todos juntos, comiendo tal vez pizza, como hacen siempre. Salió de casa de sus papás hacia la suya para cambiarse y salir con sus amigos. Prendió la tele casi sin darse cuenta, por oír una voz amiga en la noche. Pero lo que oyó le heló la sangre en las venas. Canceló entonces todos sus planes y manejó hasta la subestación de Cuernavaca, antiguo jardín de emperadores, ciudad de la eterna primavera, ahora más conocida como la ciudad de la eterna balacera. Allí, en una absurda visión de pesadilla vio un operativo digno de caza y captura del Chapo Guzmán. Vio cómo las tanquetas y los soldados sacaban a empujones a sus compañeros fuera de la subestación. Lo vio y fue como un mordisco en su alma el ver a los suyos tratados como criminales. Más tarde, los trabajadores de LyFC de Cuernavaca llevarían a cabo una de las defensas más coordinadas y exitosas del país. Aunque ya habían perdido la subestación se organizaron en turnos -con ayuda de los maestros- para evitar que los militares pudieran llevarse nada. Hasta el momento Cuauhtémoc afirma que han conseguido que todo el material se quede dentro. Una pequeña victoria entre tanta humillación y desespero.
Cuauhtémoc no le pide permiso a nadie. Es y ha sido siempre un hombre independiente. Se fue de casa muy joven para vivir su propia vida. Lleva, como todos sus hermanos, un fascinante nombre azteca. Es el nombre del último emperador, aquél que intentara por todos los medios salvar la gran ciudad de Tenochtitlán de las garras de Hernán Cortés cuando ya era demasiado tarde. En su avaricia, el español lo sometió a tormento para que revelara donde estaba el oro azteca: Cuauhtémoc no cedió. Ahora, su tocayo resiste en carne propia los envites de una nueva invasión española. El buque insignia del grupo español Prisa -el diario El País, antiguo emblema de la izquierda española-, no contará jamás esta historia. No en vano son el largo brazo que mueve a Televisa, ahora convertida por obra y gracia divina en la única licitante de la fibra óptica de LyFC, asociada junto con la española Telefónica y la mexicana Megacable. Las grandes energéticas españolas –Iberdrola, Endesa, Preneal, Gamesa, Unión Fenosa…- producen ya la energía que luego vende la CFE. En breve las otras dos grandes españolas tomarán el control de la fibra óptica mexicana escondidas bajo el nombre de Televisa, quien además efectúa con destacable eficacia su papel de mordaza mediática. Tal vez sientan ustedes, al leer esto, ganas de agarrar a palos al primer español que encuentren, pero les pido por favor que se restrinjan. La verdad es que las grandes empresas como Prisa y Telefónica no tributan casi impuestos en España. El grupo Prisa, por ejemplo, mueve gran parte de su patrimonio a través de varias Sicavs –un complicadísimo modelo empresarial cuyo principal chiste es que apenas paga impuestos-. Ningún español se beneficiará del saqueo a México, excepto la familia Polanco y pocos más.
Cuauhtémoc lo sabe. No le gusta estar aquí, entre las cucarachas que por la noche salen de las alcantarillas y reptan entre los catres que de tan combados casi tocan el suelo. A nadie le gusta. Dice que ha escogido vivir así para no tener que vivir así. Se lamenta amargamente del destino de su país, antaño el cuerno de la abundancia, ahora convertido en el salvaje oeste. De los puentes penden los colgados y un amigo suyo murió acribillado, atrapado entre dos fuegos, allá en Cuernavaca, jardín de los dioses, antigua ciudad de la eterna primavera.
El domingo 30 de mayo salió Cuauhtémoc Serrato del campamento. Llevaba 34 días en huelga de hambre.
Buen trabajo¡ Muy oportuno el símil entre las torturas al último emperador azteca y al entrevistado por parte de la codicia de algunos poderosos españoles.
ResponderEliminarAdemás he logrado enterarme- allende los mares-de qué va esa historia de depredación